miércoles, 3 de enero de 2018

Mirando ropa con la Marquesa de Brünn

Nuestro destino es inescrutable, vagamos por la vida transitando un camino que creemos conocer y nos lleva hacia un puerto que siempre es diferente, fascinante, aburrido, excitante, nulo, vacío y donde te encuentras sin un chaquetón bueno que ponerte y sientes que debes salir y comprarte uno. Uno bueno. Uno que sea bueno de verdad. No una medianez que pare el golpe, uno de vestir, uno con clase. Uno con tu clase. Y salí de casa dispuesto a cumplir un propósito por una vez en la vida y casi en el rellano, me encontré con la Marquesa de Brünn que venía de alguna parte, visiblemente tranquila y serena y pese a todo y no haber necesidad aparente me atreví a invitarla a que me acompañara a dar un paseo y a mirar algo de ropa. Me miró intentando adivinar una segunda intención en mi petición, algo más que evidente a ojos de cualquiera y accedió con cierto mohín de fastidio. No tenía nada mejor que hacer, comentó entre dientes. Así las cosas antes de salir del rellano, me propuse no salir hacia la derecha. Acostumbro desde siempre a comenzar cualquier paseo o aventura caminando hacia la derecha, dando mi primer paso hasta la derecha, y en este día quise pasear hacia la izquierda. El resultado podría ser el mismo porque a un lugar se puede llegar de muchas maneras, aunque nuestro destino sea inescrutable y todo eso, pero cierto sentido del riesgo, de vez en cuando y si quieres impresionar a alguien, no viene mal. No caminar por el camino seguro da cierta sensación de algo que ahora no tengo palabras para explicar qué es. No todo tiene que ser explicado y entendido, así que hice lo que hice y ahí está el fruto. La Marquesa de Brünn me comentó que a ella le ocurría algo parecido respecto a muchas cosas y mientras caminábamos hacia una cierta zona comercial, divagó durante unos minutos sobre cosas que le habían ocurrido durante su paseo previo y que tenían que ver con una gestión comercial que había resuelto con bien. La Marquesa de Brünn sin embargo no cesó de hablar cuando acabó de relatar aquello sino que se lanzó a reflexionar sobre distintos asuntos referentes a la contratación legal de servicio, normativa de personal, normas y cuadrantes, regímenes salariales y otras consideraciones sobre asuntos de la vida y los misterios de ser un contratante que la verdad me resultaron interesantes en la medida que era ella quien me los relataba. Con su agradable tono de señora confiada y segura me sentí capaz de todo. Incluso de comprarme un abrigo. Uno bueno. Y llegamos a una tienda de mucha confianza, de absoluta confianza, nada menos que a Confecciones y Modelos Nachtigall, regentada por la familia Bückersfeld, una estupenda y recoleta y desconocidísima por parte de la masa casa de ropajes de increíble gusto que ha vestido a mi familia desde tiempo inmemorial. Muy buenas tardes, muy buenas tardes, el caballero querría ayuda o alguna prenda en particular, no, gracias simplemente me gustaría pasear, y la señora querría alguna cosa, no, gracias, simplemente le acompaño. Y nos pasamos al menos dos horas comprobando el tejido de cada suéter, la elasticidad de cada calcetín, la solidez de cada camisa, la dureza del cuello, el ojal y el botón, la sisa, la calidad de la costura, oliendo todos y cada uno de los rollos de tela de paño que allí habían, y la Marquesa de Brünn me iba contando una pequeña y deliciosa historia sobre cada prenda, anécdotas relativas a su familia, al posible origen etimológico de la palabra camisa, calidades varias del edredón, estrecheces de pantalón, calzados de ahora y de siempre, problemas de ajuar... el tiempo. El tiempo que pasa y que parece deslizarse como crema de caramelo sobre el cuerpo de la persona amada y que uno piensa que es eterno hasta que la crema de caramelo se acaba y vuelve uno a la conciencia de porqué ha estado tirando crema de caramelo sobre la persona amada. Y se encuentra uno ante la decisión y el momento de enfrentarse al muestrario de abrigos y entonces nota la mano delicada y segura a la vez de la Marquesa de Brünn posarse sobre los hombros de uno y su voz serena decir claramente 'que no tenga capucha, por dios', y tras unas pruebas innecesarias tus ojos se han posado sobre un chaquetón gris que a la Marquesa de Brünn le evoca algo centroeuropeo muy acorde con nuestra posición en el mundo y ya no hay nada más que discutir y un cuarto de hora acariciando el tejido es suficiente y pago y el señor Bückersfeld me envuelve el abrigo y me dice si quiero que me lo lleven a casa y prefiero que sea así por no llevar arrastrando el paquete por las calles y no sé si empecé el relato en un tiempo verbal y lo acabo en otro y todo me da vueltas porque creo que he alcanzado el éxtasis más absoluto que un ser humano puede alcanzar y volvemos a nuestro edificio y la Marquesa de Brünn tras vacilar durante largos minutos en los que no ha dicho nada, me pregunta si quiero pasar a su casa a tomar una taza de té y dejo pasar unos segundos antes de decir que sí y que no a la vez.

2 comentarios:

  1. Ahora sí. Que no me dejaba escribir. Digo que qué buenas migas ha hecho con la marquesa, que si patatas, que si ropa. ¿Qué será lo próximo? ¿Visita a un salón de té? Sería lo más acorde a su estatus.

    ResponderEliminar