jueves, 3 de agosto de 2017

La Calle Jacinto Verdaguer. Alrededor del mundo en un día.

Nuestras vidas son los ríos que van a parar al mar, que es el morir. Este verso no es de Mossen Jacint Verdaguer, poeta insigne de la Renaixença, movimiento de finales del siglo XIX que significó el renacer de la literatura culta en lengua catalana amén de un renacimiento de las reivindicaciones políticas de un sector de... Este verso no es de Jacint Verdaguer, llamarme patán, pero no me sé ningún verso de Jacint Verdaguer. Este verso de Jorge Manrique, poeta del medioevo castellano, pero esto irá al revés. Del río, desde el paseo Alameda, iremos paseando hacia arriba, hacia la plaza del Fondo, siguiendo un camino que nos llevará por una de esas calles emblemáticas de Santa Coloma, que son muchas calles de Santa Coloma, y de la que cada uno tendrá un recuerdo concreto. En un tramo le habrá pasado una cosa, en otro tramo conocerá a alguien, una vez fui a aquel bar, otra vez fui buena persona por enésima vez en aquel recodo del camino, alguien, y esto es seguro, fue bueno conmigo y hoy me acuerdo una vez más.
Comenzaremos por el lugar en el que desemboca el tráfico rodado, el Paseo Alameda, el lugar en el que la calle Mossén Jacint Verdaguer se encuentra con el Paseo y muere. Un parking en una acera, una tienda o almacén de muebles donde alguna vez existió un Lidl al que íbamos en peregrinación a buscar copas de chocolate, yogures gigantescos, cosas bastorras con marcas alemanas, comida barata y frankfurts a cascoporro. En el párking guardaron mis padres el coche un tiempo. En la esquina un Olimaja al que también frecuenté en tiempos muy remotos, de la niñez más niña. En la esquina con la San Joaquín, en el chaflán de enfrente una tienda de productos naturales que no tengo el gusto, porque yo todavía recuerdo la tienda de informática que tanto y tanto y tanto y tanto visité y que solo con dos o tres como yo podrían haberse hecho de oro. Y no. Enfrente, un parque. Un parque y una pista de fútbol sala llena de tierrucha, porque el parque tiene tierra y cuando vienes o vas y atraviesas el parque se te meten trocitos de arena en los pies y los vas arrastrando toda la vida y juras que jamás volverás a pisar ese parque y así va pasando la vida. Al fondo del parque, la churrería, el after colomense. Sigamos adelante. Hay mucho que contar. Porque junto al parque se encuentra el Institut Can Peixauet, donde estaban antes, hace mil años, los barracones del Fray Luis y el Unamuno.
Tengo que parar. En el Unamuno (o fue en el Fray Luis), fue donde jugué yo mi mejor partido de la historia como integrante del Seimar reconstituido que participó en un torneo de fin de curso al que nos invitaron como comparsas y del que salimos triunfadores. En la semifinal contra el equipo local, fue cuando toqué techo como futbolista escolar. Contra el propio Fray Luis. En una final contra el Verdaguer un tanto deslucida, acabamos ganando por penalties. En fin. De aquellos barracones no queda nada, pero se siguen manteniendo esas dos pistas, una ya como parte del parque y otra del Instituto.
Frente al Insti, una acera plagada de comercios y bares. Si algo tiene la calle es un abigarramiento de comercios, vida, gente, bares, comercios , pequeñas tiendas, gente, bolsas de fruta, comercios pequeños, sorprendentes oficinas de viajes y comercios de los de toda la vida. Entre la San Joaquín y la Avenida hay una carnicería a la que iba mi madre, con sus asientos para esperar, una peluquería, un bar que ha cambiado de nombre veinte veces y que tiene ahora un perro como imagen de marca, la Colometa, donde se come bien y no es por decir, es porque he ido hace poco y es verdad, el Kimera, donde siempre dan fútbol, una pescadería y seguro que algo más que se me escapa. En el chaflán está el Bierzo, un bar de los de siempre, pero yo creo que el Bierzo es más Avenida que Jacinto.
Después de pasar por uno de los tramos con el asfalto peor de toda la ciudad, seguimos avanzando camino del interior, pero antes, cruzando la avenida, entramos en otra calle Jacinto Verdaguer, en el tramo conocido como 'delante del pabellón'. O bien 'delante del poli nuevo'. Pero antes está el Sagarra. El SAgarra iba vestido de color rojo y negro, como el Milan. Contra el Sagarra hemos jugado buenos partidos, que casi siempre perdíamos. El Sagarra tenía un patio rojo en el que el balón se agarraba mucho. En el Sagarra había público debajo de las portaladas. Nunca investigué nada en torno al campo, no subí el terraplén, no miré nada. En las jornadas electorales, una vez, creí que podía ser cierto cuando un señor nos dijo que 'vamos a ganar'.
El Poli nuevo. Poli nuevo que ya va siendo hora que vaya cambiando el nombre, porque tiene años y se ve cascadete, el pobre, pero su vida interior bien merecería un relato aparte. Delante del poli. Los bares de delante del poli, llenos de gente en chándal, esperando a ver jugar, ver entrenar, salir de entrenar, ir a entrenar, venir de jugar. Es en este momento cuando el colomense se la juega. ¿Se han jugado las 24h este año? ¿Quién las ha ganado? ¿Ha seguido jugando el Gadaffi? Mejor no pregunto. Bocadillos de pinchos en el bar del poli, cerveza fresquita, cuatro de la mañana.
Delante del pabellón, bares, pollos a l'ast, chucherías, una agencia de viajes y el Jovic. El Jovic, en rebajas. Paraíso del buitre de las bambas baratas. Ahí me he comprado las munich rosas, ahí me compré alguna otra ganga más. Lo mejor es que no te influyen en la compra. Si quieres las rosas, tú sabrás. Nadie me advirtió. Hoy en el escaparate no había tampoco mucha cosa, pero es que estamos en agosto y me he despertado tarde. En el bar Granada deben estar escuchando música guapa, porque hay un parroquiano bailando en la barra.
Fantasía de calle. Una calle con bullicio, una calle con sorpresa, que apabulla, toda la gente. Toda la calle, desde que sales hasta que llegas es un hervidero de gente, de algo. Todo ahí.
Hace una semana, una amiga del pueblo vino a visitarnos. La Rocío, estupenda por el centro de Santa Coloma, dijo eso tan así de 'esto es un pueblo'. Tuve que redirigir la visita hacia la calle Jacinto Verdaguer para demostrar que somos una ciudad populosa. Que somos un hervidero y no ese recoleto conjunto de callecitas estrechas que te puede llamar a confusión. Flipó más.
Abandonemos el pabellón, no nos dejemos deslumbrar por los encantos del parque o semiparque de detrás del pabellón y sigamos adelante, pasemos por debajo del puentecito donde los camiones tochos se quedan enganchados, un tramo de acera quilométrico en el que no hay NADA hasta llegar a la calle San Justo. Edificios con pasarelas, en el lado derecho de la calle según se sube hay algún bar, el Condis de rigor, algún pequeño comercio y en la esquina con la calle Ramon Llull un enigmático bar llamado Caribbean... que promete tapas y desayunos... Caribbean. No conocemos el Caribe como otros colomenses viajeros que tienen Cuba como su segunda casa, así que nos lo tendremos que creer.
Es este tramo un tramo sombrío si quieren, un tramo en el que la altura de los edificios y lo estrecho de la acera, nos retrotrae a una Santa Coloma anterior, una Santa Coloma que aún perdura en algunos rincones de asfaltado torpe y sabor añejo. Pero no seré yo el que diga que esa Santa Coloma está peor que otras Santa Colomas, antes al contrario, me quedaré callado y apostaré por el realismo bienintencionado de ir enumerando cosas que veo y obviando las que no recuerdo.
Porque pretender describir toda, absolutamente toda la calle Jacinto Verdaguer sería como querer pasear por el mundo y querer contarlo todo de golpe. La gente va a Roma y cuenta Roma, la gente va a Vietnam y cuenta Vietnam. La gente cuenta Cadaqués y cuenta Cadaqués. Yo voy a Vilches y cuento poco. Contar toda la calle Jacinto Verdaguer supodría querer contarlo todo y no llegar. Lo intento. Seré pesado. Da igual.
Cuando llegamos a la calle Jacinto Verdaguer cuando se separa la calle San Justo tenemos la sensación de que la calle San Justo es ese amigo que se va a casa cuando tú quieres seguir de fiesta. Me voy... pero... no, no me sigas, yo me voy. La calle Jacinto Verdaguer no quiere ir hacia la Generalitat, la pasa por debajo, la San Justo la encuentra y traiciona a Jacinto Verdaguer.
Y entramos en la Jacinto Verdaguer del Barrio de Can Mariner, con Can Mariner por todas partes, pero invisible y un río de gente que siempre camina y va o viene. Hay un taller de la Renault en el tramo que enlaza con la calle Irlanda. Santa Coloma tiene estas calles de frontera. La Rambla San Sebastián, el Parque Europa, la Calle Irlanda, la Banús, la Jacinto Verdaguer... seguro que hay más. Una calle que hace de valle. A un lado el turonet que va a Santa Rosa y Raval y al otro Can Mariner. Bares, tiendas, una mercería, una tienda donde venden cualquier tipo de cacerola, todavía no se ven demasiados comercios chinos. Hay un bar bizarro que nunca consigo recordar su nombre, pero está al lado de la fotocopistería donde vamos a veces a imprimir carteles. Creo que en frente estaba aquel de Regreso al Vietnam, nunca entré, pero cada viernes el Viejo nos contaba las aventuras.
Nunca he conocido a nadie que haya vivido en este tramo de la calle. Creo que he conocido a muy poca gente que haya vivido en esta calle. En general. A un lado las calles que suben hacia la Santa Coloma más populosa, al otro lado las calles pequeñas que remolonean antes de entrar en las avenidas principales. Un exceso de lírica puede producir auténtica mierda, solo tienes que poner el freno.
Aquí la acera es otra y el esfuerzo en poner bancos llena la calle de gente reposando y tomando el fresco. Llega uno a la calle Irlanda y todavía le queda calle Jacinto Verdaguer para rato. En la esquina pasada la Calle Irlanda está el bar Extremeño. El Extremeño tuvo equipos de fútbol que no sé si conserva. Las crónicas de los partidos del Extremeño. Mi padre ha ido a comerse un bocadillo para desayunar con sus ex compañeros de trabajo en el Extremeño hasta hace poco. O quizás hace mucho que no iba. Hay una tienda oscura de deporte cuando seguimos avanzando y vemos que no tienen bambas de fútbol sala y sí polos Adidas. Antes, una tienda de televisores y electrodomésticos. Enfrente, comienza la colección de fruterías y bazares de todo. ¿He creído ver los recreativos? ¿Se me ha pasado la tienda donde mi madre me enviaba a comprar calzoncillos más baratos?
Si ya el tramo anterior era populoso y nos mostraba una Santa Coloma de bata fresquita y pantalón largo con camisa de cuadritos convive con todo lo que uno pueda imaginar y más si cabe, en este tramo que nos llevará al Mercat del Fondo y de ahí a la Plaza del Reloj, no hay descripción posible que valga.
Un poco antes, siempre un poco antes, un banco, una caja, una ocupación de la caja hace años por la PAHV, conversaciones con el compañero Lexan, desalojo con las cámaras delante. Hace años de esto.
Avancemos, sorteemos a la gente, dejémonos arrastrar por la gente, llevemos una lavadora entre la gente, intentemos averiguar dónde estaba el Lefties que ha cerrado y donde me compré mis últimas cosas medio molonas. Gente y fruta. Gente y zapatillas. Gente y chanclas. Gente y vestidos de formas imposibles. Gente y alguna oficina bancaria. Gente y comidas del mundo. Gente y bares. Gente y más bares. Gente y menos bares de los que te crees. Gente y la sensación de que esta calle se queda pequeña. Gente y cómo haces una foto sin que se vean caras de gente. Gente hasta el final. Son las once de la mañana de un día entre semana de agosto. Lo suyo es venir por la tarde.
Llegamos a las plazas del mercado, la plaza del mercado del Fondo, frente al mercat del Fondo, mercado de reciente construcción, al que le plantaron un Mercadona encima porque las condiciones son ventajosas, no hará competencia directa, se encargan de... en fin. ¿Han entrado al mercat del Fondo alguna vez? Yo sí, pero tampoco me voy a poner a vacilar de... he ido poco. Bueno, muy poco. Bueno. Una vez. A la Biblioteca sí.
Caminando por la plaza del mercat del Fondo, nos encontramos con el Pedro, que le lleva a uno a ver unas cristaleras por las que debe iluminarse el mercado, supongo, y que al parecer un día de estos sufrirán un deterioro completo al ser las víctimas propiciatorias de los infantes e infantas del barrio, que se suben encima porque si tienes 11 años y no pruebas a subirte ahí, eres sistema, casta y todo.
Abandono al Pedro no sin habernos deseado unas felices vacaciones y me dispongo a entrar en la Plaza del Reloj. Plaza que de tan populoso y de tantas cosas que tiene, sería como describir el mismo Aleph. He tardado en decirlo. La plaza del Reloj es el Aleph. Parece una obra de arte. Un reloj en mitad de una plaza señalando el tiempo y alrededor un millón de personas absolutamente distintas compartiendo un espacio delimitado por el tiempo. El tiempo pasa, la gente cambia, la gente que pasa por tu vida cambia, la gente que pensabas que iba a ser parte de tu vida cambia, el tiempo pasa, la gente que tú creías que iba a estar en esa plaza es otra, la gente nunca se conforma con que le marques el tiempo, la gente pasa del tiempo, nadie le hace ni puto caso al Reloj de la plaza del Reloj.
Hay bares, hay terrazas, hay espacio para jugar a la pelota, para que una niña se suba encima de la estatua, para que la gente se siente a mirar, para subir hacia los barrios altos, para tirar por la calle Massanet, para esquivar una pelota, para seguir hacia delante. Todo, absolutamente todo, en una plaza delimitada por el tiempo. No lo puedo contar todo.
Estamos llegando. Estamos llegando al final. Hemos atravesado la Plaza del Reloj y hemos descrito pocas cosas de la Plaza del Reloj. En la plaza hay una imprenta, en la plaza del Reloj está el bar Alegría al que hay que citar siempre, en la Plaza del Reloj hay una panadería.
En la plaza del Reloj hay una calle que sale hacia la Plaza del Fondo y esa calle es también la calle Jacinto Verdaguer. Y es un tramo corto pero tiene más casas bajitas y tiene un bar pequeñito y a su lado un sastre Singh, y más tiendas y más gente sentada en los bancos de la plaza viendo a la gente que sale del metro. Y en la acera derecha hay una casa. Y la puerta está abierta. Y debajo de un árbol, un abuelo juega con su nieto.
He llegado al final. Hemos podría decir, pero voy solo. Al final una foto desde allí. Es una Calle Jacinto Verdaguer distinta a las otras. Es una Calle para muchas ciudades distintas.
Mejor no ponerme especialmente blanderas. Es una calle para pasearla sin tanta calor, o con ese calor que hacía el día que me compré unos pantalones estrechos y pensé que no me los podría poner nunca. Era el mismo calor. Es una calle que es un mundo. Y está aquí. Como todos los mundos.

5 comentarios:

  1. Pues monsieur, si me lo hubiera dicho, habría traído la bicicleta. No vea cómo me han quedado los pies!

    Feliz tarde

    Bisous

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  2. Valga'm déu!!! Quien me lo iba a decir que se podía seguir un viaje poético a través del tiempo y el espacio a lo largo de esta arteria tan entrañable de nuestra petita urbe. A menudo tan descuidada, sino desapercibida y olvidada, y que agradezco a ti, que renueves de simbolismo y presencia como desinteresado pero involucrado guía. Muchas gracias, lo pasé muy bien.

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  3. Valga'm déu!!! Quien me lo iba a decir que se podía seguir un viaje poético a través del tiempo y el espacio a lo largo de esta arteria tan entrañable de nuestra petita urbe. A menudo tan descuidada, sino desapercibida y olvidada, y que agradezco a ti, que renueves de simbolismo y presencia como desinteresado pero involucrado guía. Muchas gracias, lo pasé muy bien.

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  4. Muy buen artículo
    Cómo todos los del blog

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