miércoles, 14 de junio de 2017

Un paseo con Jorge Luis Borges

- Debe ser una gran cosa encontrarte con ese otro que dicen que eres. Ese otro que dicen, que te dicen, que te animan a ser. Encontrarte un día, como te pasó a ti, con el otro que eres tú en un banco sentado y empezar a hablar con él y preguntarle cómo lo ha hecho. Cómo se hace para ser esa otra persona que es capaz de hacer lo que dicen que vas a hacer, lo que puedes hacer, esa otra persona que no eres tú. Debe ser un flipe encontrarte con alguien que es lo que tú quisieras ser. Saber qué quieres ser. El otro. Otro. Otro o el otro. El que está en otro lugar que te parece siempre mejor. Que siempre será mejor. Debe ser genial encontrarte con ese otro y compartir con él un rato, hablar con él, desaparecer y que solo quedara ese otro, que a fin de cuentas es el bueno. El que cuenta. El que hace lo que se espera de ti. Debe haber otro como yo en alguna parte que, siendo como yo, haga o piense las cosas que yo no sé hacer y que no me atrevo a pensar.
- Creo que sé por dónde vas, pero no te acabo de coger.
- Sí. Bueno. No me explico con mucha claridad, porque debo utilizar metáforas o subterfugios o cualquier figura literaria que me sirva para no decir lo que tengo que decir. Ese otro. Pensar en relatos que sucedan a personas que sean como yo, meterme en los relatos, ser el otro, el que aparece en esos relatos. Ese otro ya soy yo. Me gustaría, sin embargo, ser otro. El otro que piensa la gente que soy.
- Esto creo que ya lo has escrito alguna vez. Estás obsesionado con el tema.
- Ya. He quedado contigo en el aniversario de tu muerte para dar una vuelta. Ahora que el sol ha bajado un poco se puede pasear. Y de paso aprovecho un momento para explicarte lo que me pasa con el otro.
- Eso de que ya no hace tanto calor. Podríamos haber quedado para dar un paseo a las ocho o así. Ahora hace todavía un calor del demonio. Yo, cuando me refería al otro, quería decir...
- Mejor no digas nada. No digas nada, porque quizás alguien quiera leer algo tuyo y si lo masticas mucho, posiblemente no lean.
- Oh, gracias.
- Nada. He parecido un poco borde. No pasa nada. Hoy estoy un poco así. Ayer, durante unas horas, me pareció ser ese otro del que hablan. Duró poquísimo y ni siquiera te sé decir el momento en el que ocurrió. Pero me pareció que podría ser. Muy fugaz. Fueron unos segundos. Igual ni siquiera sé si pasó. Me lo invento para quedar bien aquí. En cambio hoy no he conseguido ser ni unos pocos segundos ese otro. El otro que podría haber sido. Alguien que no sé si he de ser.
- Vaya paseo.
- Ya. Lo siento, pero te lo voy contando. Es una sensación extraña. Sueño con el otro. Con otro al que le pasan cosas que no me pasan a mi. Ni siquiera le pongo cara, solo sé que es el otro.
- Te lo estás inventando también.
- Sí. Voy diciendo frases al tuntún. Me da miedo que lleguemos a alguna parte y me digas que te tienes que ir.
- ¿Es a mí?
- Es a ti. ¿A quién te crees que le estoy hablando?
- ¿Es aquí?
- No, un poco más adelante.
- Hace mucho que no lees nada, verdad.
- Sí leo. Leo poca novela, es verdad, pero leo. Tampoco muchos cuentos. Recuerdo cuando leía tus cuentos la sensación de estar leyendo algo que me iba a impactar toda la vida. Que me iba a transformar en otro. Que a través de lo que tú escribías podría llegar a ser otra persona. Otro. Ese otro que todo lo sabe, que lo conoce aunque no haya ido nunca, que lo sabe hacer aunque no lo haya hecho. Que lo sepa contar.
- Y no.
- Nunca. Jamás.
- Deja de contar nada, entonces. O imita a otros. O a mí. No te preocupes. Algo saldrá. O lee. Leer es tan...
- Ya, tan valioso o más que escribir.
- Pues entonces...
- Prefiero escribir. Mientras escribo digo. Y tengo ganas de decir. De gritar. No sé. De pintarlo por las paredes.
- ¿Hemos llegado?
- Eso debe ser. Que hemos llegado. Hay alguien ahí.
- Pues ya sabes.

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