lunes, 8 de mayo de 2017

Avanza. Ríe. Siempre.

En un monasterio. En un cubículo de un monasterio abandonado de una remotísima aldea de los Balcanes. En una habitacioncilla pequeña, minúscula, en una pequeñísima y mínima cuevecita a la que no se puede llegar más que por una sucesión de pasillitos, corredizos, grutas, escaleras empinadísimas y todos los tópicos e imágenes que se nos vengan a la cabeza sobre el lugar más aislado de todos los lugares solitarios y oscuros que uno pueda pensar. Allí encerrado, allí concentrado, allí, sin comunicación con el mundo, sin saber de nada ni de nadie, sin conocer lo que sucedía en Francia ni en el País Vasco, sin tener idea de los documentos ni de las negociaciones, sin saber de nombres ni de ideas, sin recordar si se movía o si volaba, sin más misión que escribir lo que tenía que escribir, sin más idea en la cabeza que hacer un texto que plasmase una idea. Que plasmase una idea que fuera bonita. Que saliera de allí un texto bonito. Una cosa bonita. De esas cosas bonitas que cuando las leías decías, qué cosa tan bonita has escrito, me ha encantado. Pero no.
No salía. Allí llevaba yo un mes. Dos meses. Tres meses. Era yo joven cuando vine. No era joven. No recuerdo si era joven o no. Quizás me había afeitado y me veía más joven. Estaba allí encerrado, lo había planeado todo para hacer realidad uno de esos retos a los que me obligabas, el de hacer algo. Me había planteado hacer las cosas. Había puesto los cimientos para dar comienzo a una prometedora carrera en el mundo de la literatura, más allá de los conchabamientos y los intereses, simplemente gracias a mi singular talento para escribir algo bonito. Algo bonito. Algo bonito.
Meses. Cuando uno está escribiendo y piensa en escribir algo bonito adrede, corre el riesgo de resultar afectado. Como lo sabes, no escribes. Y le das vueltas. Y vueltas. Y piensas. Cuando uno, además, está escribiendo y piensa en escribir algo bonito y no quiere que se note que está escribiendo algo bonito, sin el talento suficiente, sufre. Y sufre porque no le va a salir. Porque se va a notar. Porque qué vergüenza. Y qué mal rato. Y lo va a ver todo el mundo. Y lo van a leer y van a decir, qué moñada madre del amor hermoso. Qué hace escribiendo esas cosas pudiendo escribir otras. Escribe, escribe, escribe. Envíalo, mándalo, enséñaselo, habla, hazlo, dale. Y no. Meses. Años. Creo que era yo joven. Vine sin afeitar.
No me sale. No me sale nada. No me salía nada. Qué me estaba pasando. Me había olvidado de la risa. Y no sé cómo, recorriendo los caminos más intrincados, subiendo y bajando, rozándose contra la pared, saltando bordillos, con cuidadito, así, espera, que te das, corre, ahora, la frontera con Hungría, cuidado, que te sacan una foto, ojo. La risa me alcanzó. Era la tuya, menos mal.
Qué tontería. ¿Tú te imaginas que me olvido de tu risa?
Qué cosas se le ocurren a uno.


Las cosas bonitas que digas. Las cosas bonitas que pienses. Las cosas bonitas que te digan. Las cosas bonitas que ocurren durante un viaje en metro. Las cosas bonitas que pasan tomando un café con leche. Las cosas bonitas que ocurren escribiendo un correo electrónico. Las cosas bonitas que se te ocurren mientras se te están ocurriendo otras cosas bonitas. Las cosas bonitas que pasan viendo crecer una flor. Las cosas bonitas que pasan al abrir la puerta de la calle. Las cosas bonitas que ocurren en una tienda de ropa en la que nunca está esa prenda bonita que de repente se convierte en bonita porque las cosas adquieren el grado perfecto de perfección en tanto en cuanto se relacionan contigo. Como si fueran un campo de fuerza. Como si tú fueras ese campo de fuerza. Como si cada vez que algo entrase en relación con tu campo de fuerza, fuera bonito porque sí. Las cosas bonitas que pasan mientras hablas con alguien y te ríes y ese alguien de repente nota algo que parece que no entiende, pero sabe que no va a ser igual nunca más. Las cosas bonitas que ocurren cada día que uno recuerda el día más bonito que ha habido nunca en la vida, que no ocurrió más que a unos pocos pasos de aquí. Las cosas bonitas que provocas cuando dices, piensas, escribes, vas de un extremo de la calle al otro extremo de la calle mirando con cara de sorpresa las cosas que pasan, las cosas bonitas que pasan, las cosas que no son nada bonitas y que trabajas, piensas, piensas, piensas, haces, haces, haces, haces, para que esas cosas sean bonitas y que todo cambie. Y preguntas, y preguntas, y quieres saber y preguntas cómo se podría hacer, y estás y estás y estás preguntando cómo, cómo se podría hacer. Cómo se podría hacer para que todo fuera diferente. Cómo se hace. Cómo lo han hecho otros, cómo se hace. Quién lo hace. Y te ríes. Y cuando te ríes las cosas son más. Son mejor. De hecho, las cosas son cuando te ríes. Es una de esas teorías peregrinas que se me ocurren cuando estoy sin hacer nada, que suele ser muy poco tiempo, porque siempre hay que hacer algo. Así que las teorías peregrinas que se me ocurren suelen ser flojas, muy de andar por casa, pero al menos te ríes. Escuchar y reír. Y preguntar. Y hacer. Y proponer. Y pensar. Las cosas bonitas que pueden pasar si más gente diera con esa risa por la calle, en una conversación, en una manifestación, en una concentración, en un baile, en un concierto, en un paseo por la calle. Y quedarte mirando pensando en lo que va a pensar. Y había una propuesta que no ha salido adelante en la asamblea de la mañana sobre hacerlo todo con letras de canciones que no ha prosperado. Porque las letras de canciones ya están dichas y es muy fácil, a no ser que nos pongamos a recitar canciones de Antonio Orozco, o de Manuel Carrasco. No dejes de soñar. Y deja la a, así mucho rato. Y ni así, ni de esa manera, se me va la risa. Y las cosas bonitas que ocurren discutiendo sobre si el puño en alto sí o el puño en alto no. Todo es una risa. Siempre una risa. Siempre.

¿Tú sabes por dónde empezar? ¿Tú sabrías cuál es el comienzo? Si no lo sabes, seguro que lo preguntas. Si no lo sabes, remueves cielo y tierra para saber dónde está el comienzo, el origen, la solución. Preguntas, preguntas, cómo es, qué podríamos hacer para saberlo. Cómo se hace, con quién podríamos hablar, qué podríamos pensar para hacerlo. Para saberlo. ¿Cuál es el camino? ¿Dónde está la vía? Recogidos en una tienda, en el desierto del Gobi, unos cuantos soldados turcos, se preguntan cuál es el futuro. Cuál puede ser el porvenir. De qué manera se puede conseguir la conquista del Asia central. Cómo podemos conquistar China, China, que es tan grande, las estepas, la India. De qué manera se puede hacer. Y entonces entra alguien, se ríe, propone reírse y tirar para delante. Los mongoles no lo hicieron así, hablan de masacres y movidas varias, pero seguro que pasó así. Tuvo que pasar así. Seguro que entró alguien con un precioso pañuelo rodeando su cuellete y se rió y dijo… no sabemos lo que dijo. Sabemos que quien escribe las historias las escribe como quiere. Y ellos quieren que creamos que la historia se escribe de otra manera. En una reunión del partido obrero socialdemócrata de tantarantán se tiene que hacer la intervención definitiva, la intervención que va a hacer que los miembros del partido se pongan de pie y avancen. Y quien quiere hacer la intervención siente que el techo se cae sobre su cabeza. Que todo da vueltas. Que no es. Y por algo, un comentario, un tropiezo, alguien que se equivoca constantemente, que es incapaz de hacer nada a derechas, de saber ni siquiera estar de pie, de esos que están vivos de puro milagro porque vivir es una aventura, provoca una risa. Y con esa risa, de la reunión aquella, surge la chispa. Una risa. En un conventillo de Montevideo, unos uruguayos se quieren enfrentar al dictador de turno y proponen hacer un grupo subversivo, pero lo quieren hacer de manera que la cosa no termine como siempre, a tiros y a lágrimas. Cómo hacerlo. De repente se abre una puerta y alguien entra y lo hace riendo. Y con la risa nada más ya convence. Un cuadro flamenco, un grupo de personas que quiere bailar flamenco. Un grupo de personas que no sabe bailar nada de flamenco. Nada de nada. Y que van a bailar flamenco y que quieren bailar flamenco, pero les preocupa no saber, no hacerlo bien, no tener gracia. Y de repente, una de las que baila, se mira en el espejo y se ríe. Se ríe de sí misma bailando. Con los brazos arriba, la melena atrás, se ríe. Y todos bailan. Y al menos, por ver reírse a la bailaora, siguen yendo. Creo que la línea argumental de todo esto está clara. Sé qué no es muy allá, que te habrás reído más con otras cosas. Pero ya sabes cómo comenzar. Con la risa. No voy a poner muchos más ejemplos. Solo uno más. En cualquier momento, en cualquier parte, en cualquier situación, cuando la cosa se tuerce, cuando parece que se nos llevan los demonios y van a conseguir que nos volvamos todos locos y del revés y pensemos que no hay solución y que lo han logrado otra vez y que nos van a reducir a cenizas porque son muchos y tienen de todo y lo tienen bien amarrado, de repente, pasa algo y te ríes. Te ríes y sabes que esa es la gasolina. Es un argumento más viejo que el mundo. Y preguntas. Y te ríes. Y preguntas y con la explicación te haces más preguntas y con las explicaciones te ríes. Y te ríes de mí. Y te ríes de todo. Y es entonces cuando pasa como en esa película, en Excalibur, cuando con el conjuro se va congelando Merlín a medida que se va diciendo, pasa lo mismo pero al revés. Con cada risa, parece que se derriten. Se derrite todo el mundo. Y no quiero escribir más, porque ya todo el mundo debería saber lo que estoy diciendo. Es la risa lo que mueve el mundo. Es su risa lo que mueve el mundo. Es una cortina que es un mantel y que es una cortina y es la risa. Es ir por la calle a coger un papel y que parezca que es la mayor aventura del universo. Es cruzarte con alguien y empezar a hablar y que de esa risa el día mejore sustancialmente. Es una llamada de teléfono y escuchar la voz y que riéndote te pregunten que cómo va todo. Avanza. Dale. Es saber que, en el lugar más así del mundo, en cualquier parte de esas que recorres, en cualquier lugar, con un pañuelo al cuello, con un algo amarillo mostazoso, con unas botilla rojas, con el pelo rizado, con gafas, con la cara de buzón, pero con esa risa, simplemente con un poco de esa risa, funciona todo. Comienza todo. Siempre.

Feliz día A.

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