domingo, 7 de mayo de 2017

Aurora (final)


Komazweski, Kreznewsky, Zbgniwiew Krescinsky. Mientras estaba esperando a que nos dejasen entrar en la fiesta iba pensando en nombres polacos. Voy a repetir uno a uno todos los tópicos de mi comportamiento. Animales muertos en el camino. Durante el paseo con mi prima Aurora camino de la fiesta, íbamos viendo animales muertos, aplastados, por el camino. Animales muertos y nombres de polacos. De checos. De yugoslavos. Estábamos en la puerta y mi prima Aurora me tenía cogido de la manga de la chaqueta. No llevo ninguna chaqueta. Debe estar cogiéndome de la muñeca directamente para que no me escape. Hemos convenido entre todos, de manera asamblearia que esto tiene que ir terminando y que todos los misterios de Villastanza de Llorera deben resolverse esta misma noche. Mi prima Aurora dice que se llama Aurora al tipo de la puerta y la dejan pasar. A mí me dicen, señor Rípodas, adelante también. Le digo al de la puerta que no me llamo Rípodas y me mira como si fuera gilipollas. Convendremos en que tengo cara de gilipollas. Me dejan pasar igualmente. Mientras avanzo por un pasillo hacia una gran sala donde hay música sonando y una fiesta transcurriendo, una voz interior me va poniendo en situación y me quiere explicar algo sobre el tal Rípodas. Los escritores, los que se inventan las historias, los creadores de todo tipo, intuyo que deben no dejarse llevar por los estados de ánimo o los dolores físicos y espirituales que les asaltan para hacer lo que tienen que hacer. A mí hoy me toca describir una fiesta para concluir con una serie de relatos de carácter misterioso, onírico, un sinsentido de imágenes que quizás a alguien le puede haber parecido en algún momento interesante. Antes, supongo de que todo descarrilara hace unos meses y no supiese servidor salir del atolladero. Y me duele mucho la cabeza hoy y no creo que pueda llegar a consumar el fin de la historia. Estoy dentro de la historia y no lo veo claro. Estoy perdiendo el hilo argumental otra vez. Se me olvida que debo separar al emisor y al mensaje. Yo no soy el mensaje. Mi prima Aurora me va diciendo todas estas cosas. Que no soy el mensaje, que hace calor, que va a ponerse todo en orden. Que todo va a clarificarse. Que ella me lo va a explicar. Que es ella la que tiene en su mano la capacidad de hacer que todo esté claro. Yo no lo veo tan claro. Para qué discutir. Para qué complicarse más. Mi prima Aurora y el pelo rojo de mi prima Aurora. Mi prima Aurora dice que ha escogido la música que ha de sonar en la fiesta para que me guste. Pero lo que oigo de fondo no me gusta mucho. A mi prima Aurora no le ha gustado nunca la música que me gusta a mí, pero… qué pasillo tan largo. Qué manera de alargar un cuento sin decir nada porque no hay nada que decir. Llegamos a la sala.
Veo a mucha gente que parece que me está esperando. Gente a la que no he visto en mi vida, pero es gente que me he inventado yo. Veo a mi prima Aurora repetida, pero de otra manera. A mi prima Aurora real, a la que tengo al lado, a la que inventé una primera vez, una segunda. Veo las paredes que están decoradas con cuadros de Regoyos, de Zuloaga, de Larionov, de Goncharova, de expresionistas varios. No sé cómo puede haber tanta pared para tanto cuadro. Veo que el suelo es como el de la acera de mi casa en Villastanza de Llorera. Veo cosas. Veo a gente que me he inventado, veo a Gorteza, que se me queda dormido mientras suena la música, veo a mi madre, que se llama Aurora y que no se llamaba Aurora, veo a alguien que no tiene cara, que tiene un cartel en el que le han pintado un nombre que no puedo mirar, pero si afino un poco veo que se llama Rípodas y me alivia, porque yo no quiero ser Rípodas. Me duele un poco la pierna. Más que la cabeza. Le pido a una chica que tiene el pelo recogido en una coleta, que me abra la cabeza y vea qué tengo dentro, que lo haga con cuidado. La chica me dice que no puede hacerlo, porque es policía y no puede ni quiere. Mira todo el rato a Gorteza. Gorteza me cae simpático. Se parece a esos que están en los hospitales que se te acercan y te piden un euro, o un cigarro, y que cuando no se los das te preguntan que porqué no les das un euro o un cigarro. Que si es que les quieres matar. Y se sientan a tu lado y te dicen que les quieres matar. Por un euro. Gorteza me cae bien. Qué hora debe ser. La música suena y va cambiando de estilo. Suena la música que me gusta. Mi prima Aurora, una de ellas, me da igual, me mira y asiente. La música es alemana. Ocáriz. Ruiperez. El nombre en alemán que me viene persiguiendo y que no sabré nunca de memoria y me lo he inventado yo. Nada de lo que está pasando en esta fiesta es divertido. Le llamo fiesta porque hay una mesa con productos de supermercado como los que exponen en una de esas fiestas de la caridad en la que la gente deja cosas como cartones de leche, arroz, paquetes de lentejas. Y la música suena en un equipo de música. Y no hay una orquesta. Ni una discomóvil en la que un padre y un hijo cantan canciones. Y no sé si hay algo más triste que un padre y un hijo cantando canciones. Lo voy a cambiar, voy a dejar escrito que la música la interpretaban un padre y un hijo que cantan canciones en alemán. O alemanas. O traducidas del alemán. De temática pangermánica. Y una de esas canciones, que no sé distinguir si es en alemán o en castellano o en catalán mismo, cuenta la historia de una mujer que era la mujer más guapa del mundo, la mujer con la cara más linda y preciosa de todas las caras que se habían visto y reconocido hasta ese momento. Y se detienen en explicar cómo es esa mujer y esa cara tan linda que tiene, que cuando la miras te transportas a otro estado en el que te crees capaz de todo y crees que si esa mujer te está mirando o te está hablando o te está besando o te está haciendo alguna de esas cosas a la vez y si encima estás tú haciéndolo con ella es como si el mundo no tuviera más sentido que el que es. Que no es otro que ese. Teclear y teclear y teclear y no saber decir exactamente que la historia que cuentan es la de la mujer a la que todos tenemos en sueños. O el hombre. O el ser amado. O el ser imaginado que amamos. Que a mí se me ha representado siempre en forma de mujer, como si fuera una herramienta para despertar, para entrar en otro mundo, en un mundo que sea de ensueño, un mundo que no tiene nada que ver con este, y es cuando he tenido cerca esa cara de mujer tan linda y tan resplandeciente y cuando la he sentido así, que he sentido como una aurora, como la misma aurora, como el crucero Aurora surcando el Neva anunciando la Revolución, pero mucho mejor aún si es posible. Como si fuera todo un sueño y ese sueño fuera mejor, mucho mejor. No un sueño en el que las cosas se anticipan a la realidad y ves que lo que te va a pasar en el futuro va a ser una puta mierda, no, me estoy refiriendo (refriendo) a otra cosa, me estoy refriendo a la Aurora.
A una Aurora que es la que describen esos dos, ese padre y ese hijo, cantando canciones en alemán, y en esa canción alemán esa mujer que circula por el tiempo y por el espacio y que me ve y que se me aparece y que sus besos saben a cerveza barata alemana aunque no beba cerveza alemana barata ni que la maten, o yo que sé, y cuentan esa historia en la que ella era una hechicera que venía de un pueblo de Alemania, allá por el siglo XVII y que se tuvo que trasladar a nuestro país, un país en común. Y que en un pueblo perdido de la serranía, que ni es serranía ni es nada, que se llamaba Villastanza de Llorera y que tenía unos simpáticos habitantes que acogieron para siempre en sus aburridas vidas toda una serie de hechizos, auroras boreales, amaneceres tan bonitos como la cara de la mujer más bonita y con la sonrisa capaz de hacer volar y elevarse a mi madre, a mi madre que se llama Aurora, porque todo el mundo tiene derecho a llamarse Aurora, a ser como la Aurora y son asesinatos, y son muertes, y es un misterio y es lo que hay en la cabeza de Gorteza que al fin hemos descubierto que se llama así porque todo tiene que rimar y cabeza rima con Gorteza y qué historia tan bonita y qué inspirado estaba yo entonces, aunque el final fuera un poco perro. Y la historia de un tipo que viaja a su pueblo para hacer algo y resulta que en su pueblo o en el pueblo de sus padres se ve atrapado en una historia que le hará cambiar para siempre. Imagina que la cadena Ser tiene que promocionar tu libro y tiene que hacer un resumen como el del libro de la pintora que vuelve a su país y esconde un terrible secreto. Aurora, mi prima Aurora, todas mis primas Auroras, todas las personas que conozco que se llaman Aurora, que tienen relación con una Aurora, qué tendrán, qué extraño influjo tiene ese nombre, qué pasó con esa alemana que seguro que vino al pueblo de mis padres huyendo de algo y que era tan guapa que hizo que todo el pueblo se elevase sin salir del emplazamiento geográfico que ocupaba para situarse en un plano especial, en el que las Auroras Boreales son como el tren que va a Madrid, habituales y excitantes a la vez.
Aurora. El niño santo, el bar del Frederico, de repente la ropa me huele a cerrado y quiero cerrar los ojos y soñar con ese mundo en el que ella me mirará y me sonreirá y tendrá esa cara que tiene cuando está dormida y se ríe mientras duerme y mi prima Aurora me coge así y me dice que no me esfuerce mucho, que no voy a salir de esa fiesta, que no voy a ver a mis amigos nunca más, que mire por la ventana que está a punto de amanecer. Y miro a Gorteza y le veo medio dormido en un sofá y confío en que todo sea un sueño.
Y me duele la cabeza. Y me gustaría que Gorteza despertara y que… creo que he visto su cara. Es como una Aurora. No voy a salir nunca de aquí.

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