jueves, 23 de febrero de 2017

Calle Gaspar, Calle Wilson, Calle Florencia. Arriba y abajo.

Un viaje no es un viaje si… chorradas. Un viaje es un viaje te pongas como te pongas, vayas donde vayas, sea quien sea. Viajemos por territorios explorados o por lugares desconocidos, siempre extraemos algo. Algo que solo se extrae en los viajes. O cuando te cuentan un viaje.
En fin. La calle Wilson no comienza donde el ignorante caminante pretende saber que comienza. Así que lo que uno pretendía un agradable paseo por la calle Wilson se convierte en un agradable paseo que comenzará por la calle Gaspar. Así es. Se trata de viajar por toda la ‘calle Wilson’ se llame como se llame. Como empezamos el viaje en la Avenida Pallaresa, el viaje es por la calle Wilson. Si hubiéramos comenzado por la calle tal, el viaje hubiera sido otro. Digo más, si hubiésemos seguido la línea que de manera natural conforma la Avenida Ramón Berenguer, todavía estaría caminando.
La Calle Gaspart sube. Y cómo sube. A nuestra derecha, el Pallaresa o Juan XIII. En mis tiempos de colegial, el Pallaresa era nuestro campo en los últimos cursos. Grandes mañanas de fútbol escolar. Cuando fui algo más mayor, ay, el ridículo. Una mañana decidimos ir al Juan XIII a jugar en lugar de saltarnos como siempre la valla para jugar en el Trueta. La valla del Trueta, mal que bien, ya la tenía por la mano, pero la del Juan XIII no. Así que en uno de esos momentos en los que uno sabe que la vida va a ser difícil, dura y complicada si persiste en querer hacer cosas que no, me quedé colgado de la valla, sin ir para atrás ni para delante, ni salté ni dejé de saltar. Creo que aquel día no llegamos a jugar.
Hay que subir. Asfalto de aquel listado, supongo que para no resbalar. Y palos de la luz en la acera. Ese primer tramo ocupado por el colegio termina en el cruce con Prat de la Riba. Hacia la izquierda, el Numancia, el pabellón y el camino a Torribera y La Bastida o Sant Jeroni. Hacia la derecha, camino a lo trillado y ya conocido. Sigamos para arriba. Qué cuesta, qué palos de la luz. Qué acera tan estrecha. Una subida infernal. La calle Gaspar termina aquí. Casitas bajas, algún bloque, palos de la luz. Y qué cuestas. Por el amor de dios. Una vez arriba del todo, hacia abajo tira la calle Nord y hacia arriba, la promesa de la Calle Wilson. Supongo que este Carrer d’en Gaspar se llama así por algo y Carme Garcia lo sabe.
Una ligera curvita hacia arriba nos señala el camino. El esfuerzo debe merecer la pena. Qué encontraré arriba. Creo que jamás he ido andando por ahí. O sí. No lo recuerdo. Quizás un paseo reciente por el barrio de Riera Alta hace unos meses, pero subí más arriba, no pasé por la calle Wilson. Subiendo y subiendo, con una cuesta que… casitas bajas. Muchas casitas bajas. Unas son más antiguas que otras, unas de construcción más formalita, otras más anárquicas, unas parece que tienen solera, otras parece que son de gente de posibles. Pasa un autobús. El b-81. En un acelerón me trago todo el humo que despide, lo que hace de mi subida por la calle, una experiencia mucho, mucho más agradable de lo que podía imaginar. Con la bocanada de humo encima, llego a un tramo en el que la calle relaja la tortura. Atravieso calles como Washington y Lincoln y ya en el tramo donde la calle llanea, encuentro el primer bar. Bar, que es el primer establecimiento de algo que hay en todo ese recorrido. Llámenle barrio tranquilo si quieren. Justo al lado del bar, que no tiene nombre, no se llama de ninguna manera, tendrá un nombre por el que será conocido en el barrio, pero yo no lo conozco. Cambio de acera para ver el toldo. Nada. A su lado una farmacia, la farmacia Riera Alta. A su lado, una fleca. Y ya está, no hay nada más prácticamente hasta llegar al final de…, miento, yo he pasado por ahí, ahí vivía Pedro el Viejo, una o dos veces fuimos a su casa a algo, alguna fiesta. Una vez. No me acuerdo demasiado bien. Dicen que el asfalto de esa calle, al final, por el paso de los autobuses, no está bien. Dicen.
Este tramo llanete acaba en el cruce con la calle Santa Eulàlia. La de veces que subí en un año la calle Santa Eulàlia camino del insti. Yo al insti le llamaba la Bastida. Y no era la Bastida, que la Bastida era donde se hacía la FP. Años después, volví a subir la calle Santa Eulàlia para ir a Santa Coloma Ràdio. Qué viajes al insti. Mirando a ver si subía la chica que te gustaba, si no, si sí, si no. Y así un año. Sigo hacia delante y la calle Wilson continúa subiendo, entre el parc de la Pau a la derecha y a la izquierda otro parque con bancales o toboganes, o… en la esquina una casita baja que… una casita baja. La cuesta le hace a uno tambalearse, qué habrá más adelante, qué misterios encontraré si sigo la línea recta que dibuja esa calle, qué tal si cuando la calle Wilson se transforme en otra cosa, bajo para abajo hacia el mundo que conozco. La calle Wilson, Woodrow Wilson, presidente norteamericano que dibujó el mapa de las naciones después de la Primera Guerra Mundial. El saber no ocupa lugar.
La calle Alpes, el final de la línea del b-80, creo. La cima. Comienza la calle Florencia y empiezas a bajar. Allí dónde primaban las casitas bajas más o menos bien, comienzan a sucederle los pisos. Siguen habiendo, naturalmente, una profusión de palos en la acera que pueden hacer pensar que hay una intención oculta en todos esos palos. Algo relacionado con algo, tecnología, ciencia, algo. Tantos palos de la luz en la misma acera, debe querer decir algo. Aceras estrechas desde que empiezas a caminar por la calle Gaspar. Poca gente allí, poca gente más arriba, poca gente en general. No es ni temprano ni tarde. Empieza el descenso.
Más palos en las aceras. Una chica sube hacia arriba con un carrito de bebé. Una pareja de señoras mayores hablan de sus cosas. Hay una tienda que se llama ‘de ellas’, un centro de masajes, un kiosko cerrado, van cayendo las calles que atraviesan, como la Roma, la Perú… en alguna de ellas miro por si está cerca el Centro Cívico del Llatí, pero no lo localizo. Estoy demasiado lejos, creo. Hay una casita blanca, ahora no recuerdo a la altura de qué calle, una  casita blanca muy mona, con dos o tres estadios antes de llegar a la casa propiamente. Quién vivirá ahí. Me dan ganas de estar ahí un rato más. Pero tengo que seguir bajando, tengo qué seguir viajando. No hay tiempo.
No sé porqué digo que no hay tiempo. Claro que hay tiempo. No tengo la sensación de pasar por la puerta de muchos bares. Hay una panadería ‘el pa de paul’, pero está cerrada. No hay muchos bares. Hay un Frankfurt ‘la pujada’, que está cerrado. Siempre miro por fuera de los bares a ver qué gente hay. Voy llegando al final. O no. No sé porqué cambio de acera para ver el nombre del parque en el que parece terminar la calle. Cuando me acerco a la placa, veo que es de Badalona. Ya no me interesa el nombre de la placa. Me asusto tanto que giro por la calle Sicilia y doy por finalizado el paseo. Mentira.

Sigo hacia abajo pensando que la calle va a continuar, pero no. Ya se llama Avinguda Mònaco. Vaya diferencia. Badalona. De tanto probar los límites, me he pasado de frenada. 

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