sábado, 7 de enero de 2017

Chaco

En la Guerra del Chaco, si no la conoces, se dieron muchas historias, como pasa en todas partes. Y alguna de ellas merece la pena rememorarlas. Aunque sea aquí y en este momento en el que todos estamos pensando en otras cosas. Parsifal Carlos Echarri vivía con sus padres en un recodo oculto de la altiplanicie boliviana y no había oído hablar del Chaco hasta que la guerra llamó a su puerta en forma de una leva que obligó a muchos a luchar por algo que descocían que podría ser de vital importancia para su orgullo, su devenir y el progreso de la patria. El Chaco. Parsifal Carlos Echarri vivía con sus padres en un ambiente de precariedad digna. No diremos que vivía con dignidad en la pobreza, porque eso sería como decir que se conformaba con lo que tenía y recibía lo que la vida le deparaba con resignación. Como habrán observado, sus padres le habían bautizado con el nada cristiano y sí wagneriano nombre de Parsifal, y es que tanto su madre Anastasia Martos, como su padre Orestes Echarri, eran personas excéntricas y poco dadas a aplicar el sentido común en la vida diaria. Orestes Echarri había llegado al altiplano como maestro voluntario, llegado allí con la pretensión de ilustrar por su cuenta a las masas aindiadas y había conocido allí a Anastasia Marcos, una aymara con la que hizo buenas migas. Y ahora podría hablar de cómo se trataron, de cómo se amaron y qué compartían y qué no, pero no es el caso.
El caso es que tuvieron un hijo, Parsifal y como por entonces Orestes y Anastasia leían con desenfreno novelas de caballería, consideraron que entre elegir un nombre como Alonso o Parsifal, decidieron el nombre germánico quizás adelantándose un tiempo a cierto afán germanizante de una élite que... bueno, al lío. Parsifal creció solo y sin compañía de otros niños. No porque no hubiera otros niños en el Altiplano, que los había y muchos, pero Parsifal se creyó que, realmente era Parsifal y que tenía una misión. Naturalemente, había preguntado el porqué de su nombre y...
Así, creció pensando que era un monje, un santo, un elegido para algo que, en el Altiplano quizás sería difícil de conseguir, el Santo Grial, pero ya se vería la manera de... El Chaco. Cuando llegaron la noticia de la Guerra, de la leva, del reclutamiento, se ilusionó. Había llegado la hora de demostrar su valía en el campo de batalla. En su cabeza, había pensado que el Grial era un símbolo, el símbolo de la gloria.
En su cabeza, como en la cabeza de todos, casi todo suele ser irreal.
Así, sin más instrucción militar que cuatro pasos mal dados, con un fusil que no podía apenas sostener, con las ya conocidas y clásicas dificultades de adaptación al medio, durante los primeros combates, refriegas, encontronazos con tropas paraguayas, resultó herido. Pero muy herido. Recibió un balazo en un costado y del impacto saltó despedido por un terraplén. Cuando despertó estaba medio acostado sobre una mesa y lleno de vendas.
Parsifal, al abrir los ojos, sintió un profundo dolor de cabeza, ya que los rayos de sol, al haber estado un tiempo con vendas sobre sus... ojos, le causaron un malestar profundo. Una enfermera se acercó a él y le dijo que bebiera un poco de agua de una copa de hojalata.
Se pueden imaginar lo que vino después.

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