miércoles, 14 de septiembre de 2016

Pintando de hablar. Roser Vicente en el Centre Excursionista Puig Castellar.

Roser Vicente es una de las personas más encantadoras de Santa Coloma. ¿Qué somos? ¿120.000 habitantes? No puedo decir de manera categórica que sea la más, pero es de las más. Un rato con Roser es mucho, hablando de cualquier cosa. La semana pasada inauguró una exposición con unas 20 obras en el Centre Excursionista Puig Castellar, en la calle Sant Josep. Unos días antes, me la encontré y le dije que iba a ir, se me pasó y ayer intenté subsanar el error. Esta frase, la última, la de 'unos días antes', queda muy así como para darle cercanía al texto, pero no aporta nada. Relleno.
Roser Vicente es una ex pintora colomense -según sus palabras- que hace unos años decidió que en el mundo de la pintura había llegado a un lugar en el que o rompía, cambiaba o solo podía estancarse. Así que dejó de pintar y derivó su pulsión artística hacia la literatura. Esta exposición que se recoge en el CEP es una compilación de dibujos, pasteles que la ex pintora conserva y que se ha animado a mostrar después de algunos años sin estar en el circuito. Dibujos y pasteles de principios y mediados de los ochenta, de cuando Roser tenía un estudio primero en la calle Pirineos y luego... en mi casa. No puedo hablar mal de Roser Vicente. Fue una de las (quizás me equivoco, pero no creo) fundadoras del Grup d'Art Els Coloristes, casi nada, tras pasar por la Escuela Massana y un grupo de arte previo (perdón, he olvidado el nombre). Comenzó con el óleo, pero fue en el pastel donde encontró el medio para expresarse. Principalmente con el retrato.
La obra que se expone en el CEP recoge retratos, desnudos... una obra que tiene una explicación, una historia. Hubo una pregunta que Roser Vicente respondió y que no respondió. Cada cuadro tiene una historia, cada dibujo tiene algo, puede que no recuerdes el qué, que no lo puedes explicar, pero lo sabes. Acercarse al CEP y preguntar a Roser sobre un dibujo, sobre la técnica, sobre el porqué de haberlo dejado, sobre cómo el haber pintado, haber dibujado y trabajado con formas y colores, sirve para impregnar el resto de las actividades a las que se dedique después. Cómo influyen las personas a las que has conocido. Es hablar del carácter y de la obra. De cómo si uno es así, acaba pintando de determinada manera. Es hablar del porte del Rex, del universo del Roig, del volcánico Folch, de la minuciosidad del Bayá con el lápiz y del Barris con la tinta, del preciosismo del Serrano, del... no habló del Molina.
Pintar, dibujar, trasladar a un papel, a un lienzo, una sensación. No voy a ponerme demasiado florido. Una sensación. De todos los cuadros, me gustó el de la fotografía. Un desnudo, alguien de espaldas, esperando algo. O no. O echándolo de menos. Qué será. La historia la pones tú. Pero le puedes preguntar a Roser sobre el dibujo, sobre aquel modelo, sobre cómo era estar dibujando. Roser cuenta que para hacer ese dibujo, el de la foto, se vació. Que lo hizo en una sola sesión. Que cuando llegó a su casa después de hacerlo, su madre le preguntó que qué le pasaba, que vaya cara tenía. Meterte dentro de algo, vivirlo, ese éxtasis.
Yo he visto pintar. De pequeño, sobre todo. He visto meterse dentro del cuadro. Darle forma, retocarlo. Estar y no estar ahí.
La exposición de Roser Vicente está en el CEP hasta finales de septiembre. Ella se encuentra en la sala los lunes, los martes y los miércoles. Vayan, pregúntenle. Escúchenla.
Ella ya no dibuja. Dice que retocando un retrato de su madre, sintió algo, el gusanillo. Pero no. Nunca se sabe... pero no. Ahora solo escribe.
Déjense unos minutos contemplando una exposición. La obra de alguien que enseña lo que sabe, lo que hizo, lo que fue. Pregúntenle. Escúchenla. Merece la pena.

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