miércoles, 7 de septiembre de 2016

La Chelo



¿Para qué sirven los padrinos? Se supone que, al bautizarte cristianamente, se ha de contar con unos padres suplentes por si acaso a los oficiales les pasa algo y estos padrinos pueden hacerse cargo del muñeco. ¿A alguen le ha pasado? ¿Alguien ha tenido que pasar a vivir con los padrinos?
Miguel y la Chelo son mis padrinos. Mi padre conoció a Miguel en la mili, en Mallorca, hicieron buenas migas y luego en Barcelona se volvieron a reencontrar. Son amigos desde entonces. Tan amigos que, cuando nací, en lugar de confiar en alguno de los amigos del pueblo que tenían en Barcelona para el encargo de 'apadrinarme', pensaron en ellos. En la foto, se nos ve en el día del bautizo en lo que ahora es mi terraza. Podría haber escogido otra foto en la que se le viera la cara a la Chelo, que se vea lo guapa que es la Chelo, pero no se podrían hacer una idea de lo cañera que ha sido, es y será la Chelo siempre.
Mis padrinos. Vivían, cuando yo era muy pequeñito, en la calle Mas Marí, encima del bar Málaga creo. Tenían una terraza y tenían un pato. Un poco más allá vivían los padres de la Chelo, el señor Paco (siempre se me olvida el nombre de la madre), sus hermanas la Lourdes, la Montse, la Sole y sus hermanos. En la terraza, en aquella terraza fui donde yo tomé conciencia por primera vez de que me daban asco las aceitunas. Al ver uno de esos platillos con las aceitunas ya pidiendo la retirada, me convencí de que a mí eso no me iba a gustar en la vida. En casa de Miguel y la Chelo había un póster de aquellos de Jesucristo con el Wanted, que me daba un poco o bastante miedo. Era raro que algo no me diera miedo o que no me hiciera enfadar. En su casa tenían vídeo, de los primeros, y ahí vi creo que por primera vez la película del torete y el vaquilla. Imaginen.
Miguel tenía un 131 de aquellos negros, el coche, el mejor coche que se ha hecho jamás. De chiquitín me sentaba en el suelo solo para ver cómo Miguel cambiaba la marcha y metía la tercera. Ríanse de las películas de Steve Mcqueen, mi padrino era tan guapo como un actor de cine y desprendía clasaza a raudales. Y la Chelo dando caña. Si te dormías, si ya había ganas de irse a casa, la Chelo siempre tenía una idea mejor. Siempre había una peña flamenca, un bareto en Badalona, algo donde seguir la marcha. Y yo a enfadarme o a pelearme sistemáticamente con el Miguelín. Miguelín y yo nos peleábamos siempre. Era fácil pelearse conmigo, cualquier cosa me sacaba de mis casillas, me hacía llorar, buscar venganza por algo que me había herido muchísimo. Cuentan que una vez le pegué un bocado en la nariz y que la marca se le quedó durante mucho tiempo, no sé si le queda todavía. Hace mil años que no veo a Miguelín y cuando la Lourdes enseña alguna foto, me cuesta reconocerlo.
El día de la Mona, no lo recuerdo. Pero cada cierto tiempo, a medida que Miguel y la Chelo fueron creciendo profesionalmente (la fábrica de embutidos en Badalona, el bar dal-lao...), los encuentros parecían más espaciados. Quedar con mis padrinos consistía en salir a comer por ahí, a un restaurante bueno, una aventura, lo que suponía que me tenía que arreglar, con lo que ya iba de mal humor de salida. Pantalones que pican. La perspectiva de comerme un chuletón y alardear de que sí, muy nyicris pero mira cómo como de lo que me gusta, era lo que más me entusiasmaba. Y escuchar a Miguel y la Chelo hablar de sus cosas, tan diferentes a mis padres, pero al mismo tiempo complementarios. Ellos, tan abiertos, tan valientes, lanzados, y nosotros tan conservadores. Y montarme en el 131, claro. Cuando mi padre tuvo coche recuerdo que hubo una vez, ya era yo un mozalbete punkoso, que mi padre me dijo que ya le tenía hasta los huevos de llamarle 'viejo'. Y nunca más. Ir a comer fuera, a Arbúcies, a Argentona, a nosedónde, luego unos cubatas nosedónde de Dalt, luego a la peña flamenca de nosedónde, y así hasta el fin de los días.
La Chelo me daba mucha caña. Le daba mucha caña a todo el mundo. Ustedes igual conocen a la Lourdes, la chica rubia que trabaja en las Tannines. Verán que es una muchacha rompedora. La Chelo, ojo. La Chelo tenía una cruzada conmigo. Supongo que era un niño tan repelente y tan ñiñiñi que hacía lo posible por sacarme de donde estaba cómodo para ponerme las pilas, para que estuviera un poco en el mundo. Su cruzada particular con el pelo. Que me pusiera el pelo de punta, que me peinara hacia atrás, que me pusiera gomina. Hasta creo recordar que me compró gomina y todo. El Miguelín y mi hermano ya llevaban el pelo de punta y yo me resistía. Cada vez que me veía, con el pelo. Y yo a enfadarme y a llorar. Qué poca adaptación al medio siempre, señor. Con mi hermano era diferente. Mi hermano, mucho más valiente, trabajó en la fábrica algunos veranos.
La Chelo no ha parado y no para. En la fábrica, en el bar, fumando casi sin ton ni son, como el Miguel. Pasaron muchas nocheviejas juntos. Se iban a las salas de fiesta de la Barceloneta, donde actuaba el Víctor Guerrero, por ejemplo, a verle actuar. Por eso, cuando vi hace poco una obra con Víctor Guerrero me hizo mucha ilusión. Hay fotos de la Chelo en esas fiestas en las que está rompedora. Mi madre, que es marchosa pero no tiene el carácter tan bestia que tiene la Chelo, aún le seguía la marcha. Pero me imagino a mi padre refunfuñando y a la Chelo chinchándole y a Miguel echando gasolina al fuego y mi madre disfrutando como siempre que hay un jaleo por ahí. Creo que a la Chelo le gustaba también ponerle en dificultades. La mítica historia de las guindillas. Comiendo guindillas, diciendo que no picaban y por poco manda a mi padre a urgencias. Debe ser nuestra gracia, encontrarnos con gente que nos obligue a no ser nosotros, que nos ponga delante de nuestro dogmatismo absurdo y todos nuestros prejuicios y seguir un poco la guaracha. Esa era la Chelo. Y Miguel.
Una vez, hace unos años, un par de años o así me parece, que en las Tannines me tropecé con la Lourdes. Hacía mil años que no la veía y no recuerdo quién reconoció a quién. Pero fui yo quien la saludé. Me hace siempre una especial ilusión verla. Es como volver a aquellos años. Canal nostalgia. Tendría que haberle hecho caso siempre a la Chelo.
Hoy es su cumpleaños. La Lourdes nos ha pedido un vídeo y ahí nos hemos juntado los Molina Juanes para decirle que la queremos mucho, que tenga un día genial, que nos acordamos mucho de ella. Y de Miguel.
Y que aún estoy esperando la Mona de este año. Aunque tengamos que ir a una peña flamenca otra vez, Chelo. Incansable.
Y que sigo llevando el pelo para abajo. Necesitamos a la Chelo.

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