jueves, 8 de septiembre de 2016

Aurora

Mi prima Aurora llegó puntual. Eran las once de la noche. Llevaba un extraño chandal de chaqueta y pantalón, de un color entre el verde y el azul clarito, demasiado ancho y demasiado pasado de moda. Pero íbamos al campo, no íbamos a tomar algo por ahí. Nos montamos en su coche y cogimos uno de las carreteras que salen de Villastanza de Llorera para, a continuación, tomar un carril. Mi prima Aurora no decía nada, en la radio sonaba música clásica y no se veía un alma por ningún sitio. Estábamos fuera de cualquier periodo vacacional y no había ningún tipo de aliciente que provocara que la gente viniera al pueblo. Nos perdimos. Noté que mi prima, dudó al llegar a un cruce y que después de dar marcha atrás volvimos por donde habíamos venido para, tras atravesar otro cruce, retomar de nuevo el camino original. Parecía que mi prima había encontrado el camino correcto. A mí me parecía que estábamos yendo demasiado lejos. Lejos del pueblo. Que no había necesidad de avanzar tanto para llegar allá donde teníamos que ir. Durante todo el trayecto mi prima no había abierto la boca, así que, aunque solo fuera por llenar el vacío que dejaba una música clásica que no me estaba entreteniendo nada, me pareció que tenía que preguntarle algo, por romper un poco el hielo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue lo siguiente: '¿Y tu madre, prima?'. Yo no recordaba a su madre. Vamos, es que ni me acordaba de su nombre. Mi prima Aurora seguía sin decir nada. Pensé que quizás su madre había muerto hacía poco o que le era doloroso hablar del tema, así que no insistí más. Por contra me puse a hablar. Y le conté a mi prima cómo me había hecho daño en la pierna y en la extraña sensación que tenía de que la señora que tenía la cara más guapa de todas las caras que se pueden encontrar, una cara que era una luz de belleza y de serenidad infinitas, una cara que, cuando me sonrió, provocó en mí una extraña sensación de bienestar que iba más allá del sentimiento de aprobación por la belleza del otro, era algo distinto, aquella cara había provocado en mí una necesidad. Una necesidad, yo seguía contándole a mi prima, una necesidad total de seguir viendo esa cara. No sé si era amor, no sé si me había enamorado. Me extrañaba no haberle contado a mi prima nada de esto, pero ya que estaba lanzado y como mi prima no parecía saber realmente hacia dónde nos dirigíamos, yo seguía. Una necesidad de ver esa cara en todas partes, a cada hora, en cada lugar, aunque ella no estuviera, aunque ella no existiese más que en mi imaginación, quería ver esa cara, quería tenerla cerca. Quería sentir la calidez de una cara que se te acerca para darte un beso, la sensación de que una maravillosa energía se apodera de ti y que te convierte en un adicto. Quería detener el tiempo (aquí mi prima, lo recuerdo perfectamente, redujo a segunda) en ese instante y poder contemplar esa cara durante toda una vida si fuera necesario. No estaba enamorado, no concebía yo que pudiera estar enamorado de alguien a quien había visto únicamente una vez, aunque la había visualizado consciente o inconscientemente alguna vez más. Era una cara linda, resplandeciente, era una mujer tan guapa, desprendía un magnetismo tan salvaje, que me había obsesionado con ella, con verla, con imaginarla en cualquier lugar, con ponerle un nombre, con imaginarle un pasado, con pensar que posiblemente la podría encontrar a la vuelta de cualquier esquina, que incluso podría ser que allá a donde nos estuviéramos dirigiendo, pudiéramos encontrarnos con ella. Y si nos encontrábamos con ella, qué iba a pasar. Porque yo no sabría qué hacer, porque ella notaría que me había quedado fascinado, atontado perdido, que no veía nada más. Y que ella era consciente de todo eso. Le decía a mi prima Aurora que yo sabía que ella, allá donde se encontrara, quizás detrás de aquel almendro, quizás delante de aquella oliva, quizás en un edificio de pisos en una ciudad oriental o en una casa elegántemene arreglada en cualquier parte de cualquier lugar de cualquier planeta, ella, digo, ella, esa mujer que se había metido en mi cabeza de una manera absolutamente fortuita, al menos en principio, yo sabía que también sabía lo que yo pensaba. Que no había sido fortuito, que todo tenía un sentido. Que quería volver a verla.
- A mí me pasa lo mismo con mi madre, dijo mi prima Aurora. Ya habíamos llegado.                                                  

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