domingo, 31 de julio de 2016

Baal

Cuentan que en un lejano lugar, más allá del río, subiendo por unas montañas, allí donde a duras penas llegan los ecos del mundo en el que vivimos, una comunidad se consagraba a celebrar la excelencias de Baal. Eran unos cuantos hombres y mujeres que, dejándolo todo atrás, habían decidido que sus vidas iban a ser única y exclusivamente un tributo a Baal, oh Gran Baal. Al estar tan alejados, las autoridades y la sociedad moderna en su conjunto consideraron que no hacían daño a nadie y que podían vivir tranquilamente sin ser estorbados. En aquel lugar, levantaron los templos de rigor y se dedicaron a crear una sociedad que se guiara por los preceptos y principios que el propio Baal, oh Baal, les había dado. En aquel tiempo, ya eran muchos los que conocían la tendencia de Baal, gran Baal, a no dejar constancia de su ideario, ni a ser especialmente prolijo en impartir doctrina, por lo que nadie se tomó demasiado a pecho que aquellos devotos hicieran de su capa un sayo y levantaran una teocracia sin más argumentos que su propia imaginación.
Por aquel tiempo, Baal, magnífico Baal, estaba confuso consigo mismo. Había atravesado una serie de vicisitudes por las cuales había llegado incluso a plantearse la reencarnación en mujer, vivir la experiencia del dolor del parto, el ya clásico arrebato de destruir el universo y volverlo a crear, eliminar una parte de la creación para escarmentar a los díscolos... todo eso que hemos ido contando en un sinfin de ocasiones. En resumidas cuentas, Baal, tremendo Baal, estaba aburrido. Confundido, por que nunca había sido especialmente vitalista ni entusiasta, pero había llegado a un punto de no retorno.
Así que, cuando aquella comunidad decidió honrar a 'su Baal', Baal, sabio Baal, dejó hacer. Le gustó saber qué podían hacer aquellos humanos con su mito. Así, descubrió que aquellos adeptos de Baal, realmente habían entendido perfectamente su creación, su magisterio si es que lo había dado y su forma de entender la divinidad.
Aquella comunidad, en realidad no hacía nada. O lo hacía. O decían que lo hacían. O se reunían para pensar en hacer algo. Y cuando lo hacían lo criticaban. Y cuando lo criticaban se reían. Y cuando se reían creían que habían hecho algo bueno. Y cuando creían que habían hecho algo bueno, pensaban en hacer algo. Y para hacer algo, se reunían. Y pensaban. Y comentaban qué podían hacer. Y pensaban en hacer algo. Y lo hacían. Y decían que lo iban a hacer. Y lo planeaban. Y se cansaban. Y se dividían. Y una parte de la comunidad se fue. Y volvió. Y se rieron todos. Y planearon hacer algo con todo aquello. Y quisieron dejar constancia de su paso. Y pensaron que era una tontería pensar que allí tan lejos a alguien le iba a importar algo. Y pensaron que Baal no les veía. Y sabían que Baal les estaba viendo. Y Baal, omnipotente Baal, estaba tan entusiasmado con aquella comunidad que, para prevenir posibles ataques de parte de unos seres humanos que son demasiado tendentes a querer anular al prójimo si éste es diferente, tomó una decisión.
Baal, perfecto Baal, destruyó todo lo conocido una vez más, salvando a aquella comunidad.
Qué ocurrió para vernos así, quizás necesitaría de otro relato.
- Oh Baal, Gran Baal, cómo premiaste a los que te adoran, cómo guiaste su camino sin guiar...

Calla mortal. A duras penas recuerdo nada de todo esto que cuentas. ¿De verdad yo hice eso? Voy a repasar de nuevo, todo, desde el principio.

1 comentario:

  1. Si conoce ese lugar, donde a penas llegan los ecos del mundo, hable.
    Dudo que exista un lugar así.

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