lunes, 21 de marzo de 2016

La rebelión - Joseph Roth

Hay libros que tienen su momento. Este era el momento para este libro. Hace un tiempo, cuando tenía el mundo a mis pies, este libro no me hubiera afectado en lo más mínimo, pero hoy.. va. Dejemos de decir tonterías y vayamos a lo que vamos.
Joseph Roth no va a darnos una alegría nunca. El autor austríaco no va a darnos el gusto de contarnos una historia que nos ponga una sonrisa en el rostro. Joseph Roth no va a darnos esperanzas acerca de un futuro mejor. Puede hablar de la bondad humana, de la vida a la desesperada, de la melancolía por un pasado que parecía mejor, pero hacernos sentir bien, eso no. O al menos, en ninguno de los libros que he podido leer de este clásico de la literatura centroeuropea. La marcha Radetzky, La leyenda del santo bebedor... son libros diferentes entre sí y este de La rebelión se parezca más a La leyenda... pero en todos ellos la cosa no acaba bien. El protagonista va a ir a peor, o no va a cumplir lo que promete, o le saldrá mal. Porque a Joseph Roth, tampoco le iba bien. ¿Quieren saber algo de la vida de Joseph Roth? Nada, unas líneas.
Bien. Nació a finales del XIX en la, efectivamente, Galitzia austrohúngara en una familia de origen judío, participa en la Primera Guerra Mundial y esta experiencia le marca mucho. Perder la guerra, desmembramiento del Imperio, llegada de nuevos valores y él.. primero simpatiza con el socialismo, pero viaja a la Unión Soviética en 1926 y se echa para atrás, pasando a ser un extraño habitante del periodismo, la literatura y la vida desastrada, alcoholizado y con añoranza de monarquía y con su esposa con graves problemas de salud... se exilia en París y allí más de lo mismo. Los nazis queman sus obras y acaba palmando en 1939. Su éxito, póstumo. Como ven, una vida tan de novela como sus propias novelas.
Porque lo que pasa con Roth es que uno lee y cree que no está contando nada que le hayan contado, si no que le pasa a él. De verdad. Que es él todo el rato. Escritores de mierda que no saben separar su vida de la ficción.
Un veterano de la primera guerra mundial está en un sanatorio. Tiene una pierna cortada. Mira con aire de suficiencia a los demás internos. Él tiene una medalla. Él respeta el orden. Él ama al Gobierno. Él no es ningún revolucionario. Él respeta las jerarquías. Se llama Andreas Pum. Hay turbulencias y el Gobierno decide ir sacando gente de los sanatorios. A Andreas Pum le dan una licencia para tocar el organillo por las calles. Ojo. A él. Qué orgulloso de su licencia. La muestra, la enseña, es, casi un representante del Gobierno por las calles de la ciudad. Comparte cama (no vivienda, cama) con un vago y su novia, que se prostituye para sacar algo de pasta. Duermen todos juntos. Él mira a la chica mientras se desnuda. Echa de menos tener a alguien a su lado. Un día, toca delante de una iglesia y una mujer enlutada le pide que toque algo para su difunto esposo, que murió ayer. No ayer, sino ayer en el libro, ya saben. El ayer de ese día. La mujer es viuda. Una viuda apetecible para Andreas que simplemente con el gesto de la mujer ya vislumbra una vida al lado de la viuda. Así, sin más. La mujer le dice que vaya a tocar el organillo allí dentro de dos días en el sepelio de su esposo. Allí va y ese mismo día la mujer, Katharina, le confirma que sí, que le ha elegido como suplente del marido. Así. Van quedando y un día le dice que ya se puede quedar y que traiga sus cosas. Genial es lo de que ella, que tenía un pretendiente que era subinspector de policía, le elige a él porque es de rango inferior a ella y así ella, puede dirigir sin miedo a quedar por debajo. Felicidad a raudales de Andreas, pero un día, ay, un ricacho que ha tenido un día malo porque al intentar forzar a su secretaria esta se ha rebotado y le van a denunciar, monta un pollo contra Andreas en un tranvía. Pollo, denuncia, licencia fuera, el final. La mujer le echa de casa ese mismo día y ese mismo día se echa en brazos del subinspector. La vida es una mierda, va a la cárcel, sale echo polvo. El vago que se ha convertido en una especie de mafioso de los lavabos públicos, le da un curro, pero ya es tarde y...
Y ya está.
Andreas era un convencido del orden, de la ley, de que los vagos y los malos, al infierno. Pero un día, toda su teoría se cae. El Gobierno no le conoce, el Gobierno pasa de él, la ley, el sistema, la medallita, todo eso es una mierda que no vale nada. Te has peleado con un tío rico, vas a perder, eres una mierda.
Todo es una mierda.
El libro está escrito en 1924, antes de ir a la Unión Soviética. Creerte el sistema, el orden, al Gobierno, no te va a valer de nada. Sáltatelo.
Ahora bien. Atente a las consecuencias.

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