lunes, 1 de febrero de 2016

En la MIR. Drama (o comedia) intergaláctico/a #6

¿De qué sirve escribir? De nada. Absolutamente de nada. Escribir rellena quizás el tiempo que pasa entre otras cosas que tienes que hacer, que no tienen que ser más importantes, pero que al menos, estoy convencido, sirven para algo. Escribir pensando que tiene uno que obtener algo de la escritura, es una tontería. Es perder el tiempo, Hay que escribir pensando que no vale de nada, que no te lee nadie, que da lo mismo que escribas o que no escribas. Es masilla entre otras cosas. Un poco como uno mismo. Masilla mientras llega algo mejor.
Y digo esto porque la lección moral de lo que ocurrió con Chovanek mientras estuve en la base espacial, la escribo y me refiero a ella, pero no porque quien lo lea vaya a obtener una lección moral, una enseñanza, ni siquiera un entretenimiento. Escribo lo que me ocurrió con Chovanek porque no tengo nada mejor que hacer en este momento. Si lo tuviera, no lo haría. Explico lo de Chovanek, explico lo de... pero quien lo lea debería saber que cualquier otra cosa que tenga en mente, tendrá mucho más provecho para sí mismo y para la humanidad que lo que yo... en fin.
Chovanek me dejó, como digo, un cuerpo espantoso. Estábamos en manos de un loco. Un tipo checo que se había vuelto loco, que sufría un proceso de degeneración de su mente y de su espíritu que nos iba a llevar a todos al desastre. ¿Cómo podía haber fallado todo de esa manera? Malditos rusos, siempre pasando de todo, siempre pensando en otra cosa, siempre confiando en que algo milagroso pasará, siempre confiando en una autoridad que queda lejos pero que al final aparecerá y lo hará todo por uno mismo. Malditos rusos. Malditos europeos que creen que todo se arregla confiando en que los seres humanos, sobre todo si son europeos, son incapaces de hacer nada malo, hasta que ya está hecho y entonces realizamos conferencias, simposios, charlas, manifiestos, pensando que deberíamos pensar que el pensamiento europeo necesita un algo, una vuelta de tuerca, qué nos ha pasado. Se nos ha colado un checo loco en la puta base espacial. Y ahora qué hacemos.
Esto es lo que yo tenía en la cabeza en esos días. No le había contado a nadie lo que había pasado, pero desde luego, tranquilo, muy tranquilo, no estaba. Iban pasando los días hasta que se me acercó el italiano y me dijo que quería hablar conmigo. Enseguida pensé que el checo le había dado la misma charla, que el checo le había realizado la misma confesión y que el italiano quería trazar conmigo un plan de acción para intentar solucionar el espinoso asunto de tener a un checo loco en una base espacial.
'Hijo de la gran puta. El muy cabrón. El muy cabrón. Qué cabrón...'. Por no reproducir hasta la saciedad la ristra de insultos y palabrotas que el italiano fue soltando durante su narración, lo resumiré diciendo que el checo Chovanek se había enrollado con la rusa, que a Chovanek le había gustado la rusa desde que entró en la misión, pero había luchado contra sus sentimientos porque sabía que eso de enrollarse con alguien en una misión espacial era mal asunto, pero que cuando vio que el italiano y ella empezaban a tener una relación, se dijo que o todos moros o todos cristianos (no lo dijo así, pero para entendernos así fue) y que empezó una ceremonia de cortejo un poco compleja con la rusa. Que esa misma mañana, mientras diseñaban un instrumento fiable para hacer una comprobación y un ajuste de una fase, se habían mirado y él se había atrevido a besarla y ella no había rehuído el beso. Que sabía que el italiano iba a molestarse, pero que él creía que debía de contarlo todo, ya que pensaba que, siendo europeos y civilizados todos, la sangre no iba a llegar al río.
'A este cabrón sí que lo mato de verdad. Ahora sí que lo mato'. El italiano estaba que trinaba. Y yo, pues qué quieren que les diga, estaba algo más tranquilo. Todo era un tema sentimental. No estaba loco, estaba enamorado. Mucho mejor.

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