miércoles, 5 de agosto de 2015

Orden

Un interesante pasaje de los diarios de Erman Klast.
'Salimos todos los días a dar un paseo por los alrededores de nuestra casa. No nos gusta alejarnos mucho porque no sabemos qué nos podemos encontrar más allá de nuestro barrio. Hemos oído cosas horribles. Mi mujer dice que son horribles y a mí, por una vez, me parece bien la definición. Salimos a dar un paseo por que el médico, el doctor Frömm nos dijo que nos vendría bien algo de ejercicio. Yo nunca he sido partidario de moverme demasiado. Creo que eso de la actividad física es una reminiscencia del pasado animal, de nuestra pertenencia a la especie de los simios, y que lo que nos caracteríza como humanos es el sedentarismo, estar en un sitio, pararnos. Y parados, pensar. Pienso mucho en mi casa. Mi mujer me dice que tengo suerte de que los negocios vayan solos y que nuestro gerente Prastkowitz se ocupe de todo. Mi mujer siempre tiene algo que decir. Yo no digo nada. Simplemente pienso y si acaso, con algún movimiento de cabeza, asiento o niego. Y pienso. Pienso en cómo la vida transcurre y va pasando y de qué manera le podemos sacar un beneficio a todo este pensamiento. He tenido suerte en la vida. Pienso en esa frase. No es suerte. Es capacidad de decisión, voluntad. Y persuasión. Hacer que otros hagan lo que tú piensas. Situarme por encima de los que, por desgracia, no dejan de ser sino herederos directos de esos simios y vivir de ellos. Mi mujer muchas veces me critica por tener esos pensamientos. Lo que no sé es cómo es capaz de saber lo que pienso, si nunca lo digo. Debe mirar mis escritos. No me importa. Mi mujer es muy importante para mí, siempre tiene una palabra o una idea que, bien trabajada, puede ser utilizada en provecho común. Salir a dar un paseo nos ha servido para conocer a otra gente del barrio, que más o menos, comparte nuestra posición y gustos. No hablamos con ellos demasiado, pero si viven aquí, serán así como digo. Los Lobert, los Krauss, los Bowe, los Mandelstam. Estos últimos son judíos y pese a eso, no son mala gente. A mi mujer no le gustan, pero piensa que hay que llevarse bien con ellos. Nos cruzamos, saludamos, hacemos alguna observación sobre el tiempo y nos vamos. Jamás les invitamos a casa. No invito a nadie a mi casa. Un gasto innecesario de tiempo, invitar a nadie a cenar, a merendar, a tomar una copa. Me interesa bien poco lo que diga la gente, su pensamiento. Creo que si nos dejamos contaminar con las ideas y pensamientos de otros, estamos perdidos. El contacto con otros seres humanos nos hace peores, nos resta pureza. Puede ser que acabemos con gente que piense de manera opuesta o diferente simplemente y eso nos haga virar en nuestro camino. O bien que demos con personas aún simias. Lo mejor es ahorrarnos todo eso y pensar para nosotros. Mi mujer siempre dice que lo de los demás estará bien para los demás, pero no para ella. Ella quiere que lo suyo sea como es y que no pase nada más. Ella me dice muchas veces que estos paseos por los alrededores, que no nos ocupan más de media hora, le sirven para reafirmarse en lo que piensa. Que es mejor estar en casa. Sin embargo, hace unos días ocurrió algo. Un terrible dolor de espalda me dejó clavado en la cama y no pude levantarme para acudir a nuestro paseo rutinario. Por más que lo intenté, era imposible salir de la cama. Intenté ir al cuarto de baño y me sentía morir. Mi mujer se enfadó muchísimo. No se creía que semejante dolor fuera posible y que me impidiera salir. Le dije que al día siguiente estaría mejor y que recuperaríamos ese paseo quizás haciendo un paseo doble, si me lo permitía la espalda. La oía llorar desde mi habitación. Al día siguiente volvimos a salir, aunque mi espalda no estaba del todo bien y nos cruzamos con los Krauss. Mi mujer se entretuvo algo más de lo debido hablando con ellos, ya que le preguntaron por nuestra ausencia del día anterior. Yo me puse algo nervioso y le dije a mi mujer que nos fuéramos, que teníamos prisa. Algo le pasa.'

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