miércoles, 8 de julio de 2015

Gorteza

Si tienes la idea aproximada, desarróllala. Si tienes una frase y la puedes ir repitiendo durante un tiempo, no te cortes. Si tienes una navaja en la mano y tienes claro a quién tienes que matar, te puedes permitir el lujo de la demora y el relajo. Rípodas no tenía nada en la cabeza, nada más que una determinación y un propósito. Tenía que matar a Gorteza y lo tenía ya delante, por lo que la muerte de este era cierta y sin remisión. Quizás también la de Estevita, pero en su interior, sabía que lo primero era antes. La presencia de aquella mujer que él ya conocía y que sabía que tenía algo, además de una belleza y guapura y prestancia y donaire y brillo en la cara que no tenía más comparación que aquella que puede hacerse con elementos y materiales que se escapan de nuestro entendimiento, no le importaba en lo más mínimo. Al menos por ahora. Gorteza estaba con los ojos en blanco. Había desconectado y su sueño con cisnes, ocas, patos y estanques continuaba detenido momentáneamente. Gorteza no quería despertar, no quería que aquello acabase. Quería que todo continuara como si no hubiera nada. Iba a morir si despertaba. Si abría los ojos, quizás no podría abrirlos. Cómo lo explico. Si Gorteza despertaba, significaba que ya estaba muerto. Si no despertaba... puede que estuviera muerto ya, pero los muertos no sueñan. Por ir rellenando el tiempo con algo, del estanque salió el cuerpo de Carina Ocáriz, desnudo, esplendoroso, magnífico y vino a sentarse con Estevita y con él en el césped. Pidió que le pusieran por favor una toallita o algo en el suelo, porque al ir desnuda le podría molestar quizás alguna ramita o algo. Y buscaron una toalla o un trapo para que Carina Ocáriz pudiera sentarse, mientras Gorteza pensaba que si estaba muerta qué iba a sentir, pero prefirió no decir nada, para que nada perturbase la acción, que no hubiera sobresaltos. Y Carina Ocáriz se sentó desnuda sobre un trapo de cocina y que Estevita Darién sacó de algún sitio y Gorteza lo miraba todo con una media sonrisa. Y se miraban y no sabían que decirse. Y Estevita Darién miraba a Gorteza y de vez en cuando se tocaba la cabeza para segurarse de que todo seguía en su sitio. Y de detrás de un árbol salió el peluquero, que se colocó detrás de Estevita Darién y le empezó a masajear la cabeza y Estevita cerró los ojos. El peluquero sacó unas tijeras y comenzó a cortarle las puntas a Estevita Darién, que aunque bastante mayor, no tenía ni una cana en su cabeza. Al menos en el sueño de Gorteza. El peluquero terminó su trabajo y se quedó mirando también a Gorteza. Qué iba a pasar ahora. El sueño no podía durar eternamente. Tranquilo, le dijo Estevita Darién, he detenido el tiempo, no tenemos prisa por despertar. Gorteza escuchó aquello y se tranquilizó. Podían estar ahí sin más durante el tiempo que quisieran. Rípodas tenía una determinación, un propósito y lo iba a cumplir, pero se estaba alargando la cosa. Quizás demasiado.

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