viernes, 29 de mayo de 2015

Vinieron o no vinieron

De entre todas las historias que fueron llegando a la convocatoria que hicimos, nos ha llamado la atención la que nos remite Alpert Depullienne con el título equívoco o equívoco título ‘Varios cuerpos’, que a continuación les presentamos, para todos ustedes.
‘Gracias a dios que puedo contar lo que me sucedió cuando fui a ver a mi amigo Lurensu Sham. La tarde caía lentamente sobre las calles de la ciudad y me dirigía sin rumbo, apesadumbrado porque había recibido una noticia lamentable. Mi amigo Lurensu Sham debía marcharse del país ya que su permiso de residencia había caducado y le obligaban a coger los bártulos e irse. Triste y apenado, me fui a verle. La tarde caía lentamente sobre las calles de la ciudad. Mis pasos se dirigían a casa de Lurensu Sham. Enfilé la avenida Indiana y fui a parar al portal que daba paso a unas escaleras que daban paso a un pasillo que embocaba a la puerta del domicilio de mi amigo Lurensu Sham. Y toqué a la puerta y me abrió Lurensu Sham. Mi amigo Lurensu Sham era un personaje algo oscuro y tristón que había venido de un país que nunca conseguía recordar y que había conocido yo en una de esas reuniones a las que voy para intentar encontrar algo de sentido en mi vida. Él era uno de los encargados del mantenimiento del local, vino a arreglar el Intenet, y cuando acabó su labor le pregunté, por seguir las indicaciones del curso, sobre su vida y sus andanzas. El curso pretendía que nos abriéramos al mundo, que hablásemos con la gente, que nos interesásemos por nuestros semejantes para enriquecernos a nosotros mismos. Le pregunté a Lurensu y hoscamente me contestó. Le pedí su teléfono para quedar otro día. Y fuimos viéndonos. Yo le preguntaba sobre su país, sobre su vida, sobre sus cosas, él contestaba lo que podía. No entendía mi idioma, yo tampoco el suyo. Todo suena muy raro. Lo sé. Pero así era. Lurensu Sham, pese a todo, no rehuía mi compañía y siempre tenía un momento para hablar conmigo. Estaba muy solo. Ahora se tenía que ir. Entré en su casa. Lo que me encontré no me lo esperaba. Nadie se espera que Lurensu Sham tuviera hermanos gemelos. Nadie se espera que dentro del domicilio, en principio minúsculo, de aquel inmigrante de apariencia hosca, pudieran vivir setenta personas. Lo más intrigante de todo era que todas las personas que estaban allí con Lurensu Sham eran Lurensu Sham. Eran todos iguales. Todos eran idénticos a Lurensu Sham. No eran familiares, no eran ‘parecidos’, eran él. Y Lurensu Sham me dijo que ‘me van a mandar de vuelta, pero aquí dejo a otros como yo, no podrán echarnos a todos’. Lo dijo en mi idioma. Perfectamente. Le pregunté si eran extraterrestres. No sé cómo se me ocurrió la pregunta, pero se la hice.
-          ¿Sois extraterrestres como en la película aquella en la que unos extraterrestres sustituían a la población terrícola y…?
-          Algo parecido.

Me invitaron a una especie de refresco hecho con frutos tropicales que bebí con cierta aprensión y como pude salí de aquel domicilio tan extraño. La calle caía en la tarde, perdón, con los nervios… la tarde caía lentamente sobre las calles de la ciudad. Al cabo de unos días me volví a encontrar con Lurensu Sham en el andén del metro y me quedé algo parado, porque me saludó y me preguntó por cómo me iba y tal y parecía que era el mismo Lurensu Sham y a veces pienso que la gente me toma el pelo y creen que soy tonto y a lo mejor tienen razón.’

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