miércoles, 30 de abril de 2014

Cuidado

Soy una persona liberal. Con esto no quiero decir que esté a favor de un Estado minúsculo y únicamente centrado en la salvaguarda de la propiedad privada. No. Digo que soy una persona que tiene buen talante y que hace y deja hacer. Una persona que no está pendiente de esto y de lo otro ya la que lo que hagan y digan los demás le importa en relación a que tenga o no tenga que ver con lo que uno... etc. No quiero hablar de mí y centrar todo esto en un retrato de mí mismo porque basta que uno diga una cosa para que, en seguida, aparezca alguien para desmentirte. 'Pues no eres tan liberal, porque a nosequién lo pones a caldo cada vez que puedes'. Lo veo venir. Así que diré simplemente eso, soy una persona liberal en tanto en cuanto me parece bien lo que hagan los demás. Y confío en la gente. Mi naturaleza liberal hace que, pensando en que cada uno hará el bien para con uno mismo y para los demás, me fíe y deje en manos de los demás lo que, fríamente, quizás debería ocuparme a mí. Soy de la gente. Soy una persona que me pongo en manos de los demás y dejo en su magnificencia la solución a buena parte de los problemas que, de otra manera, debería resolver con un esfuerzo titánico dada mi nula adaptación al medio. Vamos, que si sigo con vida a estas alturas del partido es por que tengo la fe cierta en que el resto del mundo, es bueno, compasivo, capaz y bondadoso para ayudarme a resolver los múltiples asuntos que me superan. Pero todo tiene un límite. Por motivos que no vienen al caso, me veo arrastrado a vivir una tumultuosa pasión con una mujer. Y ya no diré muchacha o chica, porque es hora de asumir que, la verdad, llegados a una edad, es conveniente afrontar lo que es y lo que deja de ser cada uno. Yo ya no soy un chico y, aunque el término sea un tanto ampuloso, soy un hombre. Y pido perdón a los hombres de verdad por quererme incluir en su conjunto. Pero así es. No tengo edad para andar con subterfugios y si yo soy un hombre, si estoy inmerso en una relación con una fémina de mi edad, debo hablar de ella como mujer que es. Mujer. Y hombre. Mi apasionado objeto del deseo se llama Consuelo. Consuelo vive en un ambiente extremo. Es soldadora en una empresa de las pocas que han sobrevivido a la crisis económica que se ha llevado por delante el fundamental sector de la construcción. Consuelo es una soldadora excelente, a la que su maña y pericia, ha llevado a ser considerada un as en su ambiente. Ambiente extremo. Porque no puede considerarse de otra manera a una mujer, y una mujer vistosa y con garbo como mi Consuelo, de formas y maneras voluptuosas, de carácter duro y donaire, manejándose entre elementos a los que cualquier ser humano objetivo y sin prejuicio trataría como brutos. Ella, envuelta entre trabajadores, obreros de la construcción, de modos rudos y resabiados. Mi Consuelo, trabajadora y soldadora, se enamoró de mí y yo de ella, de una forma que no viene al caso y la verdad, veo que me enredo en construcciones de frases que no llevan a nada y yo lo que vine a explicar aquí, abriéndoles mi corazón, es que la gente, el pueblo, se ríe de los espíritus sensibles, liberales y francos. De la gente que pregunta y espera obtener una respuesta sincera, transparente, cabal.
Yo el otro día estaba en mi puesto de trabajo y la pesadumbre me tenía en un sin vivir. Debía enfrentarme ante la perspectiva de asumir un nuevo reto profesional, sin mayor remuneración, pero con una más grande responsabilidad y entre ellas, la de prescindir de dos de mis antiguos compañeros y amigos. Una tarea ingrata y farragosa a la que debía enfrentarme con valor, pero necesitaba escuchar la voz fuerte de mi Consuelo para poder hacer frente a semejante prueba. Así las cosas, llamé al lugar de trabajo, a un móvil de empresa. Cuando descolgó el capataz, pregunté:
- ¿Está Consuelo?
- No, está con techo.
Y yo soy muy así, pero también puedo empezar a cagarme en la puta madre de cada cual y no pasaría ni siquiera nada.

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