lunes, 25 de noviembre de 2013

El disgusto de su vida

Todo va mal y no puede ser. Dirán lo que quieran, pero todo va mal. Y lo estamos notando y mucho. Incluso en los relatos que nos van llegando. Aquí tenemos, por ejemplo, un pequeño cuento que nos ha enviado una joven escritora llamada Fiorina Algemesí, y que nos ha llegado al corazón. El relato, que no vamos a poder publicar en ningún sitio, lo dejamos aquí por si a alguien le interesa. Ah, se llama 'El disgusto de su vida'.
'Hola, me llamo Ana María Torrezuela y estoy muy triste. Ayer viví una experiencia terrible. Participé en un evento multitudinario que prefiero no citar, y en un momento dado, me dí cuenta de que estaba sola. Muy sola. Participé en el evento convocado por una entidad. Se presumía que iba a ser masivo, una de las mayores concentraciones humanas de la historia de la ciudad. No puedo decirles el qué, pero sabrán que era un evento convocado para dar fe de nuestra fe en la fe. Algo así. Ya me entenderán. Sabiendo, y creyendo, que era parte de esa masa que protestaba y que estaba ahí haciendo piña para... de repente me di cuenta de que estaba sola. Ayer fue terrible, pero no fue la primera vez. Sola en la plaza. Sola ante el mundo. Qué triste tener que matar el tiempo asistiendo a eventos a los que nadie, personalmente me convoca. Qué pena me dio, darme cuenta de que esa gente que asiste regularmente a esos eventos, se saludaba entre sí, se daban besos, se saludaban como si hiciera mucho tiempo que no se veían... algunos de ellos daban sensación cierta de que asistían a un reencuentro de viejos amigos. Y yo... estaba allí. Y hacía bulto. Físicamente. Pero no estaba para nadie. La gente que repartía pegatinas, octavillas, el diario Militante, todo el mundo... pasaba de mí. Parecía transparente. Yo, que pensaba que era parte de un colectivo, me di cuenta de que estaba sola, muy sola. Intentaba darle conversación a la gente, insistir en la injusticia de las cosas, y me daba cuenta de que nadie me escuchaba. Unos pasos más allá, escuchaba mi misma conversación y la gente la sentía con interés. En cambio yo, hablaba y nadie me comprendía. No soy necesaria. Me dí cuenta ayer y no había caído nunca antes en la cuenta. Nadie me llama, nadie me espera a llegar a la puerta del metro. 'Esperad, que no ha llegado Ana Mari', no. Nadie. Nadie me pide el móvil o el correo para enviarme información. Nadie me da una banderita. Nadie me pregunta si me vuelvo con ellos. No me saludan. No saben quién soy. Qué sensación. Treinta años acudiendo a estas reuniones y nadie... Qué disgusto. Debe ser por algo que no controlo. Un complot. Se deben hacer los tontos. Yo sé cómo se llaman todos ellos. Y ellos en cambio... Qué sola. Qué sola. Sola, sola, sola. Y visto como ellos, y llevo sus pañuelos, y me hago chapitas caseras... y nadie me hace ni caso. Qué y por qué. Me gustaría saberlo. Por qué no me hablan. Por qué soy invisible. Intento hacer memoria. Sólo una vez, hace mil años, una manifestación por la amnistía de nosequién. Quedé con una amiga del trabajo, llegamos juntas, íbamos a cruzar la calle y mi amiga me dijo 'cuidado al cruzar que vienen flechados', la perdí en la marabunta. Desde ese día. Nadie me ha vuelto a hablar. Qué sola estoy. Qué disgusto'.

3 comentarios:

  1. A veces estar solo es sinónimo de inteligencia otras de mal genio. Nunca se sabe.
    Más vale sola que mal acompañada.
    Un abrazo y genial semana, como tu decidas: Solo o acompañado:-)

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  2. Pos sí. Ya veo. ¿Es ud. un revolucionario?

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  3. Pero cómo es usted. En lugar de hablarnos de su evento, el del viernes, de su gran éxito y todo eso... Va y nos cuenta el evento de una señora. No tiene remedio.

    Feliz tarde, monsieur

    Bisous

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