jueves, 19 de julio de 2012

Repetición

Un día, Michelen me dijo, de forma completamente inesperada, que quería hacerme una prueba de expresión. Fuimos a su consulta, un despacho destartalado que olía a pimientos fritos y nunca supe porqué y me hizo pasar a su despachito. Me dijo que ahora volvía. Me senté en un pequeño butacón donde se sentaban los pacientes, y al cabo de un rato se abrió la puerta. Y entró. Pero no era él. Era una figura delgada, con un pelo negro estropajoso, espeso, denso. Una cara alargada.... no era él. Estoy convencido de que no era él. Era una chica. No parecía estar muy en sus cabales. Entró, con su vestido rojo, y se quedó delante de mí. Me miraba sonriendo. Una sonrisa de esas sonrisas que sabes que se están riendo pero están buscando incomodarte. Y me estaba incomodando. Era una chica que pese a todo me resultaba atractiva. Yo soy así. Cinco minutos que me miren y ya estoy pensando en un futuro en común, sea tortuoso o no, eso me da igual. Me miraba y mantenía su mirada fija en mi. Al principio intenté escrutar en su fisonomía algo que me recordase a Michelen, por si era un disfraz o algo así. Pero no. No. Y no. Y no. Y no. Y me puse a llorar.
Ella seguía delante de mí. Y yo empecé primero haciendo un puchero. Luego el sollozo. Seguidamente entré en barrena y el llanto era incontenible. Delante de mí, aquella chica, aquella mujer, quien quiera que fuese, seguía delante de mí, enigmática, imperturbable, sonriéndome. Así estuvimos yo no sé cuánto tiempo. De repente, la puerta volvió a abrirse y Michelen entró en la sala. Era él. Con su vestuario de siempre, su sombrero de copa, su capa... y se situó detrás de la chica. Me empezó a mirar y a sonreír casi de la misma manera que la chica. Eran idénticos en la expresión. Del llanto pasé al miedo. Sentí un miedo atroz y no sabía cómo levantarme de la silla. Estaba aterrorizado. Qué pasaba allí, qué mierdas era aquello. ¿Porqué me había metido de esa manera en un mundo de zumbados que hablaban de la mente, de cambiar conductas, de joderse la vida unos a otros con historias chungas? ¿Por qué?
La chica se levantó y se fue. Michelen se quedó allí, manteniendo su mirada y sonrisa durante un rato más y finalmente se fue.
Me dejaron solo en la salita. Esperé durante un buen rato a que volviese a entrar Michelen, el Expresivo Michelen, pero allí no vino nadie. Salí a la sala, busqué en el piso, no había nadie. Se habían marchado. Nunca más volví a ver a Michelén.
Regresé a mi habitación y durante el trayecto de la consulta de Michelen a  mi casa, recuerdo haber estado realmente asustado al cruzarme con la gente, al mirar los escaparates, al ver a la gente en los cafés, mucho miedo. Ganas de llegar a casa y encerrarme. No salí de casa durante una semana. Me había trastornado completamente. Un día, vino a verme Tresmonti y no le abrí la puerta. Volvió una segunda vez y superando un pavor absoluto a moverme, a ver gente, a saber qué pasaba fuera, conseguí dejarle entrar. Tresmonti me habló, y hasta que conseguí escucharle, pasaron horas. No le entendía. Estaba completamente bloqueado. Tresmonti consiguió espabilarme.
Al cabo de unas semanas parecía que me había recuperado del todo. Tresmonti me dijo que esperaba que me pusiera a trabajar, que hiciera algo, que escribiera. Le dije que me pondría a ello. Quise, en otro alarde de maestría observadora por mi parte, reflejar mi experiencia como Psicólogo Expresivo junto a Michelen, y revivir en las páginas aquella aterradora experiencia expresiva con la chica de rojo. Escribí durante semanas y finalmente le entregué el libro a Tresmonti.
Tresmonti me citó en un café al día siguiente. Me preguntó que qué tomadura de pelo era esa. Había vuelto a escribir 'Involución'. Palabra por palabra. Pero en esta ocasión el personaje de la señorita Wilkowski no hacía sino mirarme y sonreír durante toda la trama. Juro que no era consciente, lo juro.

2 comentarios:

  1. quines coses mes rares li passa a la gent...

    :)

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  2. Yo creo que necesita usted compensar la psicología expresiva con unas cuantas sesiones de psicología inexpresiva. Si eso no da resultado, siempre nos quedará la psiquiatría, como París a Humphrey Bogart y a mí.

    Feliz tarde, monsieur

    Bisous

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