lunes, 26 de marzo de 2012

Los duelistas




De las películas bonitas de ver y de los libros bonitos de leer. Los Duelistas es un libro de Joseph Conrad y en 1977 Ridley Scott debuta en como director llevándola esta pequeña pero intensa novela a la gran pantalla. Ayer la dieron y hacía un siglo que no la veía. Tampoco sabía que la daban así que me perdí quizás los primeros diez o quince minutos. Y las memorias no están ya como antes, así que no recuerdo bien bien el porqué de todo. Porque el porqué de todo tampoco lo tienen claro ni siquiera los protagonistas. El porqué.


Nos cuenta la película la historia de dos oficiales del ejército francés en las guerras napoleónicas. D'Hubert es Keith Carradine, alto, apuesto, etc. Feraud es otro oficial como él, pero no tan distinguido, más tosco, iracundo... es Harvey Keitel. Harvey Keitel se pasa la película comiendo algo. Pipas, altramuces, chochos. Los altramuces también se llaman chochos, aunque mentar la palabrita en un texto sobre Los Duelistas quede mal, pero viene bien para señalar la diferencia entre los dos personajes. Uno es aristocrático y el otro vulgar. Como quiera que el tal D'Hubert ha sido enviado a reprender y arrestar a Feraud por un duelo previo en casa de una dama, éste se considera ultrajado en su honor y le reta a duelo allí mismo. D'Hubert no quiere liarse, claro, pero se acaba calentando. Y de eso va la película.


Uno no quiere liarse, hace propósito de no querer, de conmigo no va esto, de yo no soy así, pero unas veces por unas cosas y otras por otras, al final acaba liándose. El primer duelo termina sin resolverse, por lo que Feraud considera que la cosa hay que resolverla. A este combate le sigue un segundo duelo, en el campo, fantástico. Una de las grandes escenas de la historia del cine, que me fascina, me parece gloriosa. Los dos duelistas con las espadas en posición se van a jugar la vida, están concentrados, tensos, dispuestos, con sus blusas blancas, sus bigotones, sus trenzas de húsar. Y de repente Keith Carradine levanta la mano y pide una pausa. Le ha dado frío y tiene mocos. Estornuda. Sigue el duelo. Acaba con una puntada de Feraud que hiere a D'Hubert. Este considera que ya, que vale, que ha perdido. Pero Feraud quiere matarlo. Así que el duelo sigue pendiente. Pasan los años, las batallas, las ciudades. Se vuelven a encontrar. Cambian los peinados, las graduaciones. Otro duelo, salvaje, en una sala desvencijada. Se dan candela de la buena, pero nada. La cosa no va a ningún lado. Tablas otra vez.


Mientras tanto D'Hubert tiene una amante, una muchacha de las que siguen al ejército, una chica enamorada que finalmente ve como D'Hubert pasa de ella, porque éste está atrapado por ese sentido del honor que le obliga a batirse una y otra vez y jugarse la vida. Feraud sólo vive para eso, para terminar ese duelo. Para jugársela.


Otro duelo, esta vez a caballo. Un detalle para con la caballería. Feraud está a punto de palmar. D'Hubert le abre la cabeza. La cosa sigue pendiente. D'Hubert quiere pasar del tema. Campaña de Rusia, se vuelven a encontrar y D'Hubert quiere, más o menos, hacer un 'lo pasado, pasado'. Acompaña a Feraud en una expedición, se ayudan, pero Feraud no olvida.


Termina la epopeya napoleónica, D'Hubert cambia de bando, se casa con una muchacha heredera de un palacete, hija de un realista, y para Feraud es un traidor. Feraud, bonapartista, es perseguido y es D'Hubert, a escondidas, quien le salva de ser ejecutado. Pero Feraud no lo sabe y sigue buscándole. Qué peliculón.


Finalmente, D'Hubert, casado, cojo, hecho un señorito y Feraud, resentido y amargado, como un veterano del Vietnam, vuelven a retarse. A pistola. El combate... ah, el final. Ahora no recuerdo si el final es el mismo en la novela y en el libro. Una película de pipas largas, de sables, de piernas abiertas y arqueadas, de bigotones, de patillacas, de melenas, de campos verdes, de ciudades centroeuropeas, de gabanes largos, de mascar altramuces que no me gustan, del placer de hacer unas botas, de verse arrastrado por un odio feroz sin odiar realmente. Un peliculón de los buenos, qué narices.

4 comentarios:

  1. Película de aventuras para el domingo, está bien. Pero sólo si es domingo. Y hace falta familia.

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  2. La vi hace un siglo, monsieur. Ya no recordaba los detalles.

    feliz comienzo de semana.

    Bisous

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  3. Le da vidilla a la monotonía,pero es un poco masoca eso de estar jugándosela constantemente. mejor es estar en la butaca viendo como se la juegan otros.
    Un abrazo y feliz semana

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  4. A tu el que t'agrada de la pel·lícula son las patillacas, confessa-ho :)
    ptns!

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